

Esta misma tarde he estado viendo por segunda vez LA ÚLTIMA PELÍCULA (The Last Picture Show), dirigida por Peter Bogdanovich en 1971. Es una de esas películas con las que, tras el primer visionado, te quedas con la sensación de que has visto algo grande y sin embargo no le has sacad todo el jugo. Efectivamente, es verdad, al menos en mi caso: en este primer revisionado, si ya la recordaba magnífica, ha mejorado y me parece aún más grande y memorable.
Basada en una novela de Larry McMurtry (autor de las obras que inspiraron Hud o La fuerza del cariño) y con guión a cuatro manos entre Bgdanovich y el propio McMurtry, La última película es el melancólico retrato de un diminuto pueblo tejano que, en plena década de los 50, afronta su propia decadencia simbolizada a través del inminente cierre de la sala de cine. En este contexto, conoceremos el pueblo a través de un grupo de personajes pertenecientes tanto a la nueva generación de jóvenes (representantes de una vida fresca, entusiasta pero confusa) como a los mayores, personas que parecen aisladas, hastiadas, nostálgicas por un tiempo que se les escapa de las manos. Los segundos asisten de primera mano al despertar romántico y sexual de los primeros, con reacciones, implicaciones y sobre todo consecuencias diferentes en cada caso.
La puesta en escena es sensacional, con una atmósfera totalmente envolvente, llena de melancolía y nostalgia (como vemos, dos emociones que son básicas en la película). Ojo a esa gran fotografía en orgásmico blanco y negro obra de Robert Surtees... un blanco y negro aquí más potente y fascinante que cualquier color. El guión es soberbio, plasmando toda una madeja de relaciones humanas a través de diálogos naturales, nada forzados, y con una galería de personajes maravillosamente definidos y caracterizados, llenos de matices, capaces de lo peor y lo mejor, rebosantes de virtudes y defectos... resumiendo, PERSONAJES REALES. Y estos personajes están encarnados por un reparto a la altura de las expectativas, claro.








Si hubiese un protagonista más o menos claro sería Sonny Crawford, interpretado por un novato Timothy Bottoms que ese mismo año protagonizaba también Johnny cogió su fusil (menudos debuts tuvo el chaval); Bottoms quizás sea el más flojillo del reparto, quizá por ser un absoluto principiante o por cargar con uno de los personajes más jodidos de la película, el de post-adolescente medio, algo débil y muy confuso, cuyo primer contacto con el mundo de los sentimientos adultos es una difícil relación con una mujer madura interpretada por Cloris Leachman (la vieja de moda en comedias aquí de cuarentona, con lo que se confirma que al igual que Judi Dench, ya nació vieja); Leachman lleva a cabo una estupenda interpretación, llena de frustración y algunos arrebatos de rabia, que realmente roba la pantalla.
Por otra parte tenemos al mejor amigo de Sonny, Duane Jackson, interpretado con soltura y una naturalidad aplastante por un primerizo Jeff Bridges con aquella cara de paleto pícaro que tenía en sus años mozos. Bridges convierte a Duane en uno de esos personajes capaces de caernos bien en una escena y sentir ganas de pegarle una hostia en la siguiente sin que el tipo haya hecho prácticamente nada, y eso hace comprender mejor su relación con Sonny, menos sencillote y masho que él. La principal preocupación de Duane es su novia, Jacy Farrow, y aquí llegamos al que es probablemente el personaje más interesante, ambigüo y difícil de hacer aparecer en pantalla sin provoca distanciamiento. Jacy es, básicamente, una muchacha que está empezando a comprender el poder que ejerce sobre los hombres del pueblo. Es preciosa, está buena, es joven, carismática y no parece importarle demasiado ir con uno o con otro (memorable su espantada con ese simpático satirillo interpetado con gracia por Randy Quaid para terminar bañándose en pelotas con otros chavalotes y señoritas). Vamos, que Mensch se pondría las botas hablando sobre ella.


Con Jacy jugando con medio pueblo, la única que parece entender a su hija (aunque calle) es su madre, Lois Farrow, en una interpretación aparentemente sutil (por lo breve) de la casi siempre estupenda Ellen Burstyn que en el último tercio de película gana presencia y momentos de lucimiento, destacando ese diálogo desde la ventanilla del coche que prácticamente da sentido al personaje. Sin embargo la palma en cuanto a personajes adultos se lo lleva Sam the Lion, una figura trágica y melancólica con la voz y la cara de un soberbio Ben Johnson que nunca estuvo mejor (y pensar lo mediocre que era en sus inicios...). Sam protagoniza la que es quizás la escena más recordada de la película, la conversación con Sonny (su amigo y casi pupilo) que deriva en un monólogo sobre una juventud añorada. Sam the Lion personifica la pura nostalgia de tiempos distintos, quizás no mejores pero sí menos complicados para personas como él; representa a toda una generación de veteranos de tierra profunda que perdieron el eslabón hacia los nuevos tiempos que barren con todos los que, como él, saben que no pueden sobrevivir en un mundo tan diferente al que conocen. Vitalismo bastante fatalista, pero nunca rendido.
El contrapunto a momentos de esa actitud, con un posicionamiento más hastiado y menos rebelde ante el cambio, estaría en el breve pero entrañable personaje de la cínica Genevieve, de negocio cara al público joven y viejo que con el cambio aprovecha para meter opinión surgida de puras experiencias, que parecen casi siempre poco positivas. El papel le viene al pelo a Eileen Brennan, correctísima actriz que aquí hace suyo el personaje a través de su etena mueca torcida y a sus modos de madura de vuelta de todo. Una lástima que Brennan no alcanzase demasiado reconocimiento, porque en las pocas películas que la he visto (El golpe, Un cadáver a los postres) siempre cumple con creces su parte actoral.
Por lo que se puede ver, La última película fue bastante bien recibida por la crítica (o al menos eso parece) y obtuvo un buen puñado de premios, destacando dos Oscar a actores de reparto (para Johnson y Leachman) y seis nominaciones más, además de varios Globos de Oro, BAFTAs y premios en general de asociaciones de críticos a nivel internacional. Hoy es considerada una de las mejores películas de la espléndida (en lo que se refiere a cine) década de los 70 y uno de los mejores retratos sobre el paso de niño a adulto, sea en un pueblecito tejano o en la mayor parte del mundo.

Casi dos décadas después, en 1990, Bogdanovich intentó ¿repetir el éxito? rodando Texasville, una secuela oficial, basada de nuevo en una novela de McMurtry que seguía el destino de los personajes; regresaron todos los actores originales menos Ellen Burstyn. Esta continuación perdía el toque coral cediendo el protagonismo al personaje de Jeff Bridges, Duane Jackson, convertido en empresario y reencontrándose con su antigua novia (una Cybill Shepherd aquí por momentos algo ajada ya). La película tuvo un frío recibimiento y sin duda no alcanzó las expectativas de recepción por parte del público y crítica que esperaba Bogdanovich. Lo cierto es que Texasville, sin ser ni mucho menos mala, poco aporta como película independiente, y la gracia está más que nada en ver cómo les va a aquellos entrañables personajes tres décadas después (la película se ambienta en 1984 y la original en los años 50, es decir, el lapso de tiempo entre los dos Films en la ficción es mayor que en la realidad).
LA ÚLTIMA PELÍCULA(The last picture show), sin embargo, sigue ahí todavía, tan vigente y llena de emociones como en la época de su estreno, a pesar de que su cine cerrase tras la última sesión. Pocas películas que traten sobre la nostalgia y la melancolía pueden realmente sumergir en una atmósfera tan evocadora y fascinante, convirtiendo en personas reales e identificables puros conceptos en papel (o celuloide). Y aquí Bogdanovich, sin ir más lejos, lo consiguió.
Una OBRA MAESTRA ABSOLUTA.



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