Hagamos caso a Guardiola y para evitar más halagos perniciosos, hablemos de la burbuja deportiva que va camino de estallar, como parece predecir el cierre de la escudería Honda en Fórmula 1. Al igual que todas las burbujas creadas y derrumbadas en los últimos años (tecnológica, inmobiliaria, financiera), hablamos de una sucesión de acciones que se repiten de forma mimética: a partir de un cierto concepto de negocio se procede a su hiperexplotación mediante el apalancamiento financiero, inyectando grandes dosis de dinero a través de endeudamiento que pasa de unas manos ambiciosas a otras aún más codiciosas hasta que la bola de nieve cae al vacío. Mientras se hincha más allá de cualquier medida razonable, la burbuja enriquece a unos cuantos, pero en cuanto estalla, empobrece a todos los incautos que llegaron tarde con ansias de dinero fácil.
Ahora hay una burbuja futbolística en España, cuyos síntomas apuntan al inminente estallido. El Valencia quizás será la primera víctima de este nuevo globo, pues con una deuda superior a los 300 millones, la recalificación de terrenos para construir imposibles viviendas, un nuevo estadio que construir en medio de la recesión, un patrocinador falsario y moroso y con bancos y cajas negándole nuevas pólizas en pleno ‘credit crunch’, al club no le puede salvar ni siquiera la inmediata venta conjunta de Villa y Silva, que reduciría la deuda a términos menos sangrantes pero guillotinaría las aspiraciones deportivas.
No hace falta extenderse en otros casos menos rimbombantes, aunque estructuralmente iguales, pero la próxima Asamblea del Madrid introduce otra duda en la burbuja: ¿son sostenibles los ingresos de los clubs? Sin duda, la respuesta es negativa si nos fijamos en la crisis televisiva: poca audiencia de los partidos en abierto y reducido retorno publicitario. Para que Barça y Madrid puedan sostener en el futuro sus ingresos será urgente reestructurar el modelo televisivo y que el fútbol regrese íntegramente al ‘pay per view’, como en Italia, Inglaterra o Alemania. Y los clubs deberán ajustar sus costes al retorno real que consigan televisiones y patrocinadores, lo que implica una drástica reducción salarial para los futbolistas y en el coste de los fichajes. Con el petróleo cayendo hacia los 25 dólares por barril, ni siquiera los jeques árabes podrán mantener esta burbuja.
