No creo que para nadie resulte una sorpresa la existencia de estos (magníficos) libros. No se puede tener un subforo de literatura (entre otras artes) y no hablar de ellos. Recientemente he vuelto a leer "La ley de la calle" y me propongo releer Rebeldes.Los leo muy gratamente y me vienen muchos recuerdos a la cabeza.
Tengo 29 años, y como a muchos de mi generación, me mandaron leerlo en el colegio, en concreto Rebeldes. Recuerdo que lo saqué de la biblioteca el primero de todos, por lo que la mayoría tuvieron que gastarse las perras y comprarlo
Tenía catorce o quince años, no recuerdo exactamente, creo que fue el último año antes de pagar al instituto. Yo era de los que gustaba leer, pero cosas "simples": Los tres investigadores, algunos clásicos de Julio Verne, pero ningún libro actual o "realista". Pues bien, me lo leí en una tarde y una noche, me lo terminé a las cuatro de la mañana. ¡Que poderoso soplo de realismo y crudeza!
No descubro América si digo que es un libro triste, pero tiene un no se qué, algo que te empuja a sentir una profunda rabia cuando lo acabas, porque no hay más. Probablemente parte de su grandeza esté en el acierto de no haberlo convertido en una saga, como sucede desde hace tiempo con la literatura juvenil, "Rebeldes" es único. Y cuando lo acabas sientes pena, porque has abandonado para siempre ese mundo. Sientes una mezcla de alivio, por no haber vivido esa época tan peligrosa, con bandas, grandes peleas y pérdida de amigos que mueren o van a la cárcel, pero también sentí un poco de envidia y lástima por no haberlo vivido.
La historia, por si alguien no la conoce, se sitúa en los años cincuenta y trata sobre un muchacho, Ponyboy, que junto con sus dos hermanos forma parte de la banda de los "greasers", chicos de clase baja que viven en barrios marginales, una vida muy difícil, en medio de familias disfuncionales y sin privilegio alguno. Se te quedan para siempre los personajes, aunque algunos no pasen de ser simples esbozos, como Steve, al que apenas se nombra, o Two Bit (¿quien no querría tener un amigo tan cachondo?) los chicos más importantes aquí son Ponyboy, su amigo Johnny, que vive sufriendo por la indiferencia de su familia y por el miedo patológico que ha desarrollado desde que le dieran una paliza. Porque el peor problema de los greasers es la banda rival, los socs, chicos de la clase alta que visten ropas impecables, tienen cochazos y novias de revista, pero desarrollan una brutalidad impresionante y disfrutan torturando a sus teóricamente inferiores, los chicos de los barrios bajos. El tercer personaje, y quizás el más terrorífico de todos, es Dallas, un muchacho abandonado por su familia y criado entre guerras callejeras, que se ha endurecido y deshumanizado completamente, convirtiéndose en un auténtico psicópata al que solo le importa su propio pellejo. En segundo lugar están los hermanos de Ponyboy, Sodapop (los nombrecitos son delirantes) y Darry, el mayor de la familia, que tuvo que buscar trabajo para mantener a sus hermanos cuando sus padres murieron.
Los constantes "piques" entre Darry y Ponyboy llevan a este último a escaparse de casa con su amigo Johnny, pero no irán muy lejos: son atacados por una pandilla de socs, se provoca un asesinato... todo es terriblemente traumático si lo lees con la misma edad que tienen los personajes, pero leído diez años después, no ha perdido su impacto, solo la sorpresa. No pienso contar más sobre el argumento, es un libro que merece leerse y releerse mil veces. Es una historia dura, cruel, pero con una puerta abierta a la esperanza. Hoy en día no creo que lo manden en los colegios, no sea que a los alumnos se les ocurran ideas raras, como leer por gusto, que es lo que solía provocar este libro.
Me llama mucho la atención que la autora, Susan Hinton, escribiera Rebeldes a los 16 años y lo viera publicado a los 17 (bueno, esto no me sorprende, el libro tiene una fuerza auténtica y debió resultar un obvio éxito para cualquier editor). Escribir eso a tal edad siempre me ha hecho pensar que quizás vivió, aunque fuese en tercera persona, acontecimientos similares a los que narra. Es para pensarlo, la verdad.
Pues bien, cuando terminé "Rebeldes", lo devolví a la biblioteca casi con rabia. Me sentía por dentro rarísimo, nunca había tenido semejante pena, es algo parecido a lo que sentiremos dentro de un par de años cuando termine la serie "Perdidos" y sepamos seguro que no habrá más, una sensación de ausencia. Pensé que jamás volvería a leer algo tan auténtico, algo que me provocase semejantes sentimientos. Pero tras charlar con mi profesora de Literatura y con la dueña de la librería más grande mi pueblo (que era y es una antipática) descubrí que Susan Hinton, Dios la bendiga, había escrito otro libro de similares características, "La ley de la calle". Cuando lo tuve en mis manos, sentí algo de desilusión: el libro era considerablemente más corto que Rebeldes. Me lo llevé a casa prometiéndome que me lo racionaría a unas pocas páginas por día, para que me durase unas semanas. Mentira cochina, me lo leí en tres días, sin poder aguantar la adicción.
Bueno, La ley de la calle no es exactamente una secuela, sino una historia independiente, ubicada en el mismo mundo que Rebeldes, eso si. No veremos personajes de aquel libro en este, ni siquiera en forma de cameo, y creo que fue un acierto por parte de la autora.
Lo primero que choca es que el narrador es un chico, como en Rebeldes, pero no hay color entre uno y otro. Si Ponyboy era un muchacho sensible, amante de la paz y tranquilidad en su vida, generoso, altruista e inteligente, el narrador de "La ley de la calle", Rusty James, es todo lo contrario, un muchacho egoísta, inculto y violento, amante de la camorra. De hecho, se parece más al mítico Dallas de Rebeldes (casualidad o no, en las adaptaciones al cine de ambas novelas, a Dallas y a Rusty James los interpreta Matt Dillon). Aunque ninguna de las novelas tiene fecha concreta, se sitúa sobre los años cincuenta, La ley de la calle es posterior. Han pasado unos años, y los tiempos han cambiado. Las bandas de amigos han quedado destruidas por la aparición de las drogas en las calles, lo poco de mágico que había ha desaparecido, y las bandas actuales son simples agrupaciones de delincuentes que se unen para llevar a cabo sus fechorías. Toda la novela es considerablemente más negra y pesimista que Rebeldes.
Nuestro protagonista, Rusty James, no vivió realmente la época de las bandas, salvo a través de los ojos de su hermano, el mítico Chico de la Moto. Rusty ha idealizado la época en su mente y pretende resucitar aquellos tiempos con sus amigos, pero está condenado al fracaso. No entiende que los tiempos de aquella esperanza que barnizaba Rebeldes han terminado, que ahora todo es violencia y desencanto. Él mismo se pelea continuamente, organiza peleas como las de antaño, pero estas nunca resultan como él pretende. Bebe alcohol, da esquinazo a las clases y le pone los cuernos de vez en cuando a su novia Patty, aguantando apenas a su padre borracho. Esperando a que su hermano, El Chico de la Moto, regrese de sus viajes. Y cuando este vuelve, se convierte en el auténtico interés de la novela. Porque él si vivió la época de las bandas, fue líder en una de ellas, pero ha entendido hace tiempo que no hay nada de mágico, que esos tiempos fueron tan oscuros como los presentes, y todavía tiene cicatrices abiertas.
Mientras él prefiere leer libros de filosofía y viajar por el país, su hermano pequeño insiste en que se quede en el pueblo y le ayude a formar una banda. Están abocados a la tragedia...
Aunque quizás lo pinto como algo más oscuro de lo que es, en su día me causó una gran impresión, me quedé helado cuando leí la última página. No creí ver por ningún lado esa esperanza con la que sí terminaba la primera novela. Con todo, es inseparable de la primera, son una sola, dos puntos de vista diferentes del mismo acontecimiento. Se complementan a la perfección. También tiene momentos mágicos, como esos paseos de Rusty y el Chico de la Moto por la ciudad, contemplando como esta se echa a perder mientras el país entero se va al Infierno y nadie se preocupa por ellos dos, hijos de un antiguo abogado caído en desgracia que ahora es un alcohólico, con una madre que les abandonó en la infancia y un policía psicótico que quiere ajustarle las cuentas al Chico de la Moto por un asunto del pasado. Si Rebeldes es la esperanza en un mundo durísimo donde es casi imposible sobrevivir sin perder el alma o la vida, La ley de la calle es el reverso tenebroso, un mundo que ya ha perdido esa esperanza y cuyos habitantes no tienen escrúpulos en realizar toda clase de crímenes sin consideración alguna para los demás, y nadie está dispuesto a sacrificarse por nadie.
Queda abierta la veda de la nostalgia literaria de esta pequeña saga
Tengo 29 años, y como a muchos de mi generación, me mandaron leerlo en el colegio, en concreto Rebeldes. Recuerdo que lo saqué de la biblioteca el primero de todos, por lo que la mayoría tuvieron que gastarse las perras y comprarlo

Tenía catorce o quince años, no recuerdo exactamente, creo que fue el último año antes de pagar al instituto. Yo era de los que gustaba leer, pero cosas "simples": Los tres investigadores, algunos clásicos de Julio Verne, pero ningún libro actual o "realista". Pues bien, me lo leí en una tarde y una noche, me lo terminé a las cuatro de la mañana. ¡Que poderoso soplo de realismo y crudeza!
No descubro América si digo que es un libro triste, pero tiene un no se qué, algo que te empuja a sentir una profunda rabia cuando lo acabas, porque no hay más. Probablemente parte de su grandeza esté en el acierto de no haberlo convertido en una saga, como sucede desde hace tiempo con la literatura juvenil, "Rebeldes" es único. Y cuando lo acabas sientes pena, porque has abandonado para siempre ese mundo. Sientes una mezcla de alivio, por no haber vivido esa época tan peligrosa, con bandas, grandes peleas y pérdida de amigos que mueren o van a la cárcel, pero también sentí un poco de envidia y lástima por no haberlo vivido.
La historia, por si alguien no la conoce, se sitúa en los años cincuenta y trata sobre un muchacho, Ponyboy, que junto con sus dos hermanos forma parte de la banda de los "greasers", chicos de clase baja que viven en barrios marginales, una vida muy difícil, en medio de familias disfuncionales y sin privilegio alguno. Se te quedan para siempre los personajes, aunque algunos no pasen de ser simples esbozos, como Steve, al que apenas se nombra, o Two Bit (¿quien no querría tener un amigo tan cachondo?) los chicos más importantes aquí son Ponyboy, su amigo Johnny, que vive sufriendo por la indiferencia de su familia y por el miedo patológico que ha desarrollado desde que le dieran una paliza. Porque el peor problema de los greasers es la banda rival, los socs, chicos de la clase alta que visten ropas impecables, tienen cochazos y novias de revista, pero desarrollan una brutalidad impresionante y disfrutan torturando a sus teóricamente inferiores, los chicos de los barrios bajos. El tercer personaje, y quizás el más terrorífico de todos, es Dallas, un muchacho abandonado por su familia y criado entre guerras callejeras, que se ha endurecido y deshumanizado completamente, convirtiéndose en un auténtico psicópata al que solo le importa su propio pellejo. En segundo lugar están los hermanos de Ponyboy, Sodapop (los nombrecitos son delirantes) y Darry, el mayor de la familia, que tuvo que buscar trabajo para mantener a sus hermanos cuando sus padres murieron.
Los constantes "piques" entre Darry y Ponyboy llevan a este último a escaparse de casa con su amigo Johnny, pero no irán muy lejos: son atacados por una pandilla de socs, se provoca un asesinato... todo es terriblemente traumático si lo lees con la misma edad que tienen los personajes, pero leído diez años después, no ha perdido su impacto, solo la sorpresa. No pienso contar más sobre el argumento, es un libro que merece leerse y releerse mil veces. Es una historia dura, cruel, pero con una puerta abierta a la esperanza. Hoy en día no creo que lo manden en los colegios, no sea que a los alumnos se les ocurran ideas raras, como leer por gusto, que es lo que solía provocar este libro.
Me llama mucho la atención que la autora, Susan Hinton, escribiera Rebeldes a los 16 años y lo viera publicado a los 17 (bueno, esto no me sorprende, el libro tiene una fuerza auténtica y debió resultar un obvio éxito para cualquier editor). Escribir eso a tal edad siempre me ha hecho pensar que quizás vivió, aunque fuese en tercera persona, acontecimientos similares a los que narra. Es para pensarlo, la verdad.
Pues bien, cuando terminé "Rebeldes", lo devolví a la biblioteca casi con rabia. Me sentía por dentro rarísimo, nunca había tenido semejante pena, es algo parecido a lo que sentiremos dentro de un par de años cuando termine la serie "Perdidos" y sepamos seguro que no habrá más, una sensación de ausencia. Pensé que jamás volvería a leer algo tan auténtico, algo que me provocase semejantes sentimientos. Pero tras charlar con mi profesora de Literatura y con la dueña de la librería más grande mi pueblo (que era y es una antipática) descubrí que Susan Hinton, Dios la bendiga, había escrito otro libro de similares características, "La ley de la calle". Cuando lo tuve en mis manos, sentí algo de desilusión: el libro era considerablemente más corto que Rebeldes. Me lo llevé a casa prometiéndome que me lo racionaría a unas pocas páginas por día, para que me durase unas semanas. Mentira cochina, me lo leí en tres días, sin poder aguantar la adicción.
Bueno, La ley de la calle no es exactamente una secuela, sino una historia independiente, ubicada en el mismo mundo que Rebeldes, eso si. No veremos personajes de aquel libro en este, ni siquiera en forma de cameo, y creo que fue un acierto por parte de la autora.
Lo primero que choca es que el narrador es un chico, como en Rebeldes, pero no hay color entre uno y otro. Si Ponyboy era un muchacho sensible, amante de la paz y tranquilidad en su vida, generoso, altruista e inteligente, el narrador de "La ley de la calle", Rusty James, es todo lo contrario, un muchacho egoísta, inculto y violento, amante de la camorra. De hecho, se parece más al mítico Dallas de Rebeldes (casualidad o no, en las adaptaciones al cine de ambas novelas, a Dallas y a Rusty James los interpreta Matt Dillon). Aunque ninguna de las novelas tiene fecha concreta, se sitúa sobre los años cincuenta, La ley de la calle es posterior. Han pasado unos años, y los tiempos han cambiado. Las bandas de amigos han quedado destruidas por la aparición de las drogas en las calles, lo poco de mágico que había ha desaparecido, y las bandas actuales son simples agrupaciones de delincuentes que se unen para llevar a cabo sus fechorías. Toda la novela es considerablemente más negra y pesimista que Rebeldes.
Nuestro protagonista, Rusty James, no vivió realmente la época de las bandas, salvo a través de los ojos de su hermano, el mítico Chico de la Moto. Rusty ha idealizado la época en su mente y pretende resucitar aquellos tiempos con sus amigos, pero está condenado al fracaso. No entiende que los tiempos de aquella esperanza que barnizaba Rebeldes han terminado, que ahora todo es violencia y desencanto. Él mismo se pelea continuamente, organiza peleas como las de antaño, pero estas nunca resultan como él pretende. Bebe alcohol, da esquinazo a las clases y le pone los cuernos de vez en cuando a su novia Patty, aguantando apenas a su padre borracho. Esperando a que su hermano, El Chico de la Moto, regrese de sus viajes. Y cuando este vuelve, se convierte en el auténtico interés de la novela. Porque él si vivió la época de las bandas, fue líder en una de ellas, pero ha entendido hace tiempo que no hay nada de mágico, que esos tiempos fueron tan oscuros como los presentes, y todavía tiene cicatrices abiertas.
Mientras él prefiere leer libros de filosofía y viajar por el país, su hermano pequeño insiste en que se quede en el pueblo y le ayude a formar una banda. Están abocados a la tragedia...
Aunque quizás lo pinto como algo más oscuro de lo que es, en su día me causó una gran impresión, me quedé helado cuando leí la última página. No creí ver por ningún lado esa esperanza con la que sí terminaba la primera novela. Con todo, es inseparable de la primera, son una sola, dos puntos de vista diferentes del mismo acontecimiento. Se complementan a la perfección. También tiene momentos mágicos, como esos paseos de Rusty y el Chico de la Moto por la ciudad, contemplando como esta se echa a perder mientras el país entero se va al Infierno y nadie se preocupa por ellos dos, hijos de un antiguo abogado caído en desgracia que ahora es un alcohólico, con una madre que les abandonó en la infancia y un policía psicótico que quiere ajustarle las cuentas al Chico de la Moto por un asunto del pasado. Si Rebeldes es la esperanza en un mundo durísimo donde es casi imposible sobrevivir sin perder el alma o la vida, La ley de la calle es el reverso tenebroso, un mundo que ya ha perdido esa esperanza y cuyos habitantes no tienen escrúpulos en realizar toda clase de crímenes sin consideración alguna para los demás, y nadie está dispuesto a sacrificarse por nadie.
Queda abierta la veda de la nostalgia literaria de esta pequeña saga
