Relato encadenado: Dormido en la oficina.

Pixa

Sir.
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Torres de la Alameda
El estruendo de los aviones al pasar, hace tintinear los cristales a mi espalda. Aquí, sentado frente al ordenador de mi oficina, con el olor a tabaco rancio que ha dejado el compañero al que acabo de relevar, y sumido en la mas absoluta soledad pese a estar rodeado de personas, los pensamiento fluyen por mi mente demasiado rápido como para poder plasmarlos en la pantalla, debido a mis torpes dedos y a mis nulos conocimientos en mecanografía.

El tiempo parece detenerse y todo parece ir demasiado lento... todo menos mi cabeza, que no para de dar vueltas cual peonza de madera que un padre está haciendo bailar en un parque para regocijo de su niño.

La gente pasa a mi alrededor, son como muertos vivientes, seres sin alma, sin sentimientos, seres vacíos. Yo no existo para la gran mayoría de ellos, y para los pocos que parecen percatarse de que estoy aquí, mi presencia no hace sino obligarles a agilizar el ritmo de su caminar, produciendo una brisa de aire huracanado a su paso.

Nadie me habla, todo está en silencio, un silencio solo roto por los motores de los aviones. Un silencio solo roto por los pasos de las almas errantes que pasan a mi lado, que me atraviesan cual fantasma que atraviesa los gruesos muros de roca del castillo en el que lleva años encerrados. Es paradójico que, habiendo tanto ruido alrededor, el silencio sea insoportable, asfixiante, estremecedor.

Todo va aconteciendo a cámara lenta. Despacio, en silencio, como si estuviera en el fondo del océano y la resistencia del agua impidiera fluir el movimiento. Ya no puedo mas. Lleno mis pulmones de aire y grito con todas mis fuerzas.

Nada. Todo sigue en silencio, todo sucede despacio, tan despacio que ni siquiera me he percatado de que en realidad estoy soñando.
 
Re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Werewolf dijo:
El estruendo de los aviones al pasar, hace tintinear los cristales a mi espalda. Aquí, sentado frente al ordenador de mi oficina, con el olor a tabaco rancio que ha dejado el compañero al que acabo de relevar, y sumido en la mas absoluta soledad pese a estar rodeado de personas, los pensamiento fluyen por mi mente demasiado rápido como para poder plasmarlos en la pantalla, debido a mis torpes dedos y a mis nulos conocimientos en mecanografía.

El tiempo parece detenerse y todo parece ir demasiado lento... todo menos mi cabeza, que no para de dar vueltas cual peonza de madera que un padre está haciendo bailar en un parque para regocijo de su niño.

La gente pasa a mi alrededor, son como muertos vivientes, seres sin alma, sin sentimientos, seres vacíos. Yo no existo para la gran mayoría de ellos, y para los pocos que parecen percatarse de que estoy aquí, mi presencia no hace sino obligarles a agilizar el ritmo de su caminar, produciendo una brisa de aire huracanado a su paso.

Nadie me habla, todo está en silencio, un silencio solo roto por los motores de los aviones. Un silencio solo roto por los pasos de las almas errantes que pasan a mi lado, que me atraviesan cual fantasma que atraviesa los gruesos muros de roca del castillo en el que lleva años encerrados. Es paradójico que, habiendo tanto ruido alrededor, el silencio sea insoportable, asfixiante, estremecedor.

Todo va aconteciendo a cámara lenta. Despacio, en silencio, como si estuviera en el fondo del océano y la resistencia del agua impidiera fluir el movimiento. Ya no puedo mas. Lleno mis pulmones de aire y grito con todas mis fuerzas.

Nada. Todo sigue en silencio, todo sucede despacio, tan despacio que ni siquiera me he percatado de que en realidad estoy soñando.

Y de pronto despierto. En lo alto sale la luna llena, y entonces, mi verdadero yo, que se halla oculto, sumergido en el interior de este cuerpo débil, lampiño y enfermizo, brota. La ropa se desgarra, la mandíbula se me alarga, y vello hirsuto como alambre crece en todo mi cuerpo, llenándolo, colmándolo.

Salgo a la calle, con un aullido de triunfo.

Al fin soy libre.
 
Re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Soy un negado para esto, pero...

BelaKarloff dijo:
Y de pronto despierto. En lo alto sale la luna llena, y entonces, mi verdadero yo, que se halla oculto, sumergido en el interior de este cuerpo débil, lampiño y enfermizo, brota. La ropa se desgarra, la mandíbula se me alarga, y vello hirsuto como alambre crece en todo mi cuerpo, llenándolo, colmándolo.

Salgo a la calle, con un aullido de triunfo.

Al fin soy libre.

Corro por las azoteas con el viento silbando en mi espalda. Mis piernas ya no son los débiles y pálidos alambres humanos que tanto odio; ahora son fuertes y musculosas patas de animal, que se mueven más rápido de lo que cualquier persona podría jamás soñar.

Vuelvo a aullar, y la noche me devuelve un grito de euforia.

Porque al fin puedo contemplar bajo mis todopoderosas garras a la primera víctima. No la dejo gritar esta vez. No hay tiempo. Ahora su sangre resbala por mi gargante, cubre mi hocico, ensucia mis colmillos. Sangre... qué asco y qué delicia.
 
re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Pues como a mi me asalte la vena chatera, esto puede tornarse muy oscuro...o verde segun se mire...

Dussander dijo:
Corro por las azoteas con el viento silbando en mi espalda. Mis piernas ya no son los débiles y pálidos alambres humanos que tanto odio; ahora son fuertes y musculosas patas de animal, que se mueven más rápido de lo que cualquier persona podría jamás soñar.

Vuelvo a aullar, y la noche me devuelve un grito de euforia.

Porque al fin puedo contemplar bajo mis todopoderosas garras a la primera víctima. No la dejo gritar esta vez. No hay tiempo. Ahora su sangre resbala por mi gargante, cubre mi hocico, ensucia mis colmillos. Sangre... qué asco y qué delicia.

¡Sangre!, resuena en mi cabeza, ¡sangre!, un quejido que va y viene con fuerza, como el tronar de una campana, que me vuelve loco, casi no puedo escuchar los alaridos de la gente, que me miran horrorizados, suelto el cadaver desmenbrado de entre lo que antes fueron dedos, se me escurre como el agua, casi sin querer, y me tapo los oidos...

Pero no paro de escucharlo ¡sangre!, no, no, noooooooo, grito fuertemente para atenuar la voz que resuena en mi cabeza, pero no lo consigo...y sin darme cuenta, abro los ojos, desquiciado, con el corazon latiendo con furia, chocando contra mi pecho, golpeando sin piedad, agrietando la poca humanidad que yacia dentro de mi...

Si sangre...necesito mas...recojo la poca que queda de mi victima, mezclada e impura por las leves gotas de lluvia que comienzan a brotar...

Necesito mas...echo a correr, galopo salvajamente sobre la hierba del parque, casi sin apoyarme, volando en una nube de ansiedad, de violencia carnal que me pide mas...mucha mas...¡sangre!...
 
re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Habiendo leído otras historias menos honrosas de Athor... puedo asegurar que este post reclamaba su presencia. :juas
 
Re: re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Athor dijo:
Pues como a mi me asalte la vena chatera, esto puede tornarse muy oscuro...o verde segun se mire...

Dussander dijo:
Corro por las azoteas con el viento silbando en mi espalda. Mis piernas ya no son los débiles y pálidos alambres humanos que tanto odio; ahora son fuertes y musculosas patas de animal, que se mueven más rápido de lo que cualquier persona podría jamás soñar.

Vuelvo a aullar, y la noche me devuelve un grito de euforia.

Porque al fin puedo contemplar bajo mis todopoderosas garras a la primera víctima. No la dejo gritar esta vez. No hay tiempo. Ahora su sangre resbala por mi gargante, cubre mi hocico, ensucia mis colmillos. Sangre... qué asco y qué delicia.

¡Sangre!, resuena en mi cabeza, ¡sangre!, un quejido que va y viene con fuerza, como el tronar de una campana, que me vuelve loco, casi no puedo escuchar los alaridos de la gente, que me miran horrorizados, suelto el cadaver desmenbrado de entre lo que antes fueron dedos, se me escurre como el agua, casi sin querer, y me tapo los oidos...

Pero no paro de escucharlo ¡sangre!, no, no, noooooooo, grito fuertemente para atenuar la voz que resuena en mi cabeza, pero no lo consigo...y sin darme cuenta, abro los ojos, desquiciado, con el corazon latiendo con furia, chocando contra mi pecho, golpeando sin piedad, agrietando la poca humanidad que yacia dentro de mi...

Si sangre...necesito mas...recojo la poca que queda de mi victima, mezclada e impura por las leves gotas de lluvia que comienzan a brotar...

Necesito mas...echo a correr, galopo salvajamente sobre la hierba del parque, casi sin apoyarme, volando en una nube de ansiedad, de violencia carnal que me pide mas...mucha mas...¡sangre!...

A la carrera, mientras el frio aire de la noche agita mi pelo, un recuerdo empieza a resurgir de nuevo mi mente... el recuerdo de como comenzó todo... aquellos campos de concentración de la antigua Alemania nazi... aquellos borrosos y lejanos tiempos, que hacen volver las dolorosos y desgraciadamente imborrables marcas del causante de todo: El doctor Mengele.

El comienzo del fin sucedió nada más llegar a Auschwitz, aquella fría mañana de Diciembre de 1943 cuando lo vi por primera vez. El convoy en el que viajamos dio un brusco frenazo que nos hizo desplazarnos a todos hacia delante de manera brusca, aunque no lo suficiente para hacernos caer, pues íbamos tan apretados que era algo materialmente imposible. Un soldado abrió el vagón y fue entonces cuando lo vi... allí estaba el ángel de la muerte, tan firme, tan apuesto, con esa mirada fría capaz de helar las más profundas llamas del infierno. Solo movía una mano, y era para señalar a que fila debía de pasar cada uno de nosotros. Unos iban a la derecha, la fila de los ancianos, los niños y las mujeres encintas, y otros, los hombres en buen estado físico y las mujeres iban a la izquierda.

Me quedé atónito mirándole, y el se dio cuenta. De iniciativa propia, pensaba dirigirme hacia la hilera de los condenados, a la de los mas débiles, los que morirían en la cámara de gas... qué equivocado estaba! Cuando llegó mi turno, el doctor se acercó y me examinó personalmente. Tras un exhaustivo examen, una sonrisa emergió en su pálido rostro, una sonrisa que mostró sus dientes, dientes alineados y perfectos, blancos como la luna llena en una noche despejada de verano, de una perfección solo perturbada por el excesivo espacio entre los incisivos superiores, que le daban un aire mas monstruoso si cabe.
Le indicó algo a uno de los guardias que no pude entender, y tras el golpe que me dio me desperté atado a una camilla en una sala en la que había una hilera de ojos humanos observándome a través de un líquido amarillento dentro de tarros de cristal. Cientos de ojos, cada uno de un color, desde el azul mas claro, casi tanto como el agua, hasta el negro mas oscuro…
 
re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

¡Coño, WEREWOLF, tú eres el más indicado para seguir la trama! :juas
 
re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

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re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Solo una pequeña y fría luz, ilmunaba la sala, intente incorporarme para examinar mi alrededor; pero no pude, estaba atado a la cama, si es que era una cama. La cabeza aun me daba vueltas, y no conseguia distinguir con demasiada claridad; y encima la luz no ayudaba, esa luz, moviendose de izquierda a derecha, me volvía frenético, aunque tal vez era yo, el que estaba mareado. El aire era amargo, casi podia saborear el óxido que se desprendía de las paredes, no había ventanas, o al menos eso creo, ya que desde mi incomoda posición, no distinguía gran cosa. Solo veia hileras interminables de órganos alrededor de mi, riñones, pulmones, ojos, un museo del horror...de repente oí un crujido, seco, corto, como el quebrar de un hueso, y todo, comenzó, a empequeñecerse, las paredes se cerraban sobre mi, las estanterias lastimeras, dejaban caer su sádico contenido, que estallaba en un aullido de dolor contra el suelo.

Se cierran, y yo no puedo moverme, avanzan lentas, no tienen prisa por aprisionar mi carne, por doblar y partir mis huesos, por vaciar mi sangre contra ellas..., no puedo moverme, lo intento, giro mi cuello desesperado por salir de alli, pero no consigo nada, solo heridas por el roce de las correas, que alimentan de sangre el suelo que ha de acoger mi cadáver, alimento su sed, la habitacion se cierne sobrte mi, ¡tengo que salir! ¡Dios! no puedo morir así, aprisionado entre restos de lo de putrefaccion humana, mezclados con organos anonimos, de gente que no conoci...

Las paredes ya están a mi lado, casi puedo sentirlas, casi...¡ah!, un resto de estanteria, que pendia de la pared, me atraviesa la mejilla, no puedo gritar de dolor, casi no tengo fuerzas, la sangre se mezcla con el sudor que se escurre de mi frente, escuece mucho, la cama comienza a doblarse, hago un ultimo intento, tenso los musculos, se endurecen como la piedra, las venas afloran por mi piel, se hinchan, el caudal de sangre casi hace que exploten. Tenso mas, noto como comienzan a crujir mis dedos, de la fuerza que intento imprimir, no consigo evitar el mearme encima, casi me desmayo de la presión, pero intento aguantar despierto, ¡vamos joder! me digo a mi mismo, las paredes ya rozan mis brazos, no puedo morir, no puedo; los brazos me arden, casi podria derretir las paredes con ellos, noto un pinchazo, y veo como se forma un circulo amoratado en uno de mis brazos, no puedo mas, la carne se pliega sobre mis huesos, y restos de organos se apilan sobre mi pecho y cintura, otro resto de estanteria me atraviesa la pierna, aunque, no importa, ya casi no la siento, se me dilatan las pupilas y no evito el llorar, lloro, por impotencia, por no saber que ocurre, por esta muerte amarga que me espera, aqui medio aplastado, roto como una simple muñeca de porcelana, apretejudada por la mano de un chiquillo malo, que rompe la muñeca de su hermana.

¡Que triste fin!, mis lagrimas, mezcla de sudor, sangre, oxido y un liquido asqueroso, se derraman incontinentes, el orin me riega la herida de la pierna, pienso que debería de dolerme, pero no es asín ya no, comienza la sinfonia de los huesos, comienza el concierto de mi muerte, el instrumento, soy yo...

Ya casi no puedo ver, casi no distingo nada, no oigo como se deshace mi cuerpo, la piel, fina hoja de papel arrugada, lo que antes era dura estructura osea, ahora es piel, lo que antes era piel, ahora es aire, aire...cierro los ojos...me acomodo para lo que ha de venir, y solo una imagen me viene a la mente...

Algo turbia mi sueño...un ruido, un sonido que conozco, eso no son...¡¿truenos?!, ¡truenos!, abro los ojos, y me doy cuenta que sigo en el parque por el que corría, me había quedado hipnotizado, mirando una imagen, la de un anuncio de teatro sobre el holcausto, las últimas hora de Hitler, se titulaba, la tormenta habia empeorado mucho, y yo seguia sediento, asi que emprendi la marcha, en busca de algo que acallara mi instintos...
 
Re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Athor dijo:
Werewolf dijo:
Athor dijo:
BelaKarloff dijo:
Werewolf dijo:
El estruendo de los aviones al pasar, hace tintinear los cristales a mi espalda. Aquí, sentado frente al ordenador de mi oficina, con el olor a tabaco rancio que ha dejado el compañero al que acabo de relevar, y sumido en la mas absoluta soledad pese a estar rodeado de personas, los pensamiento fluyen por mi mente demasiado rápido como para poder plasmarlos en la pantalla, debido a mis torpes dedos y a mis nulos conocimientos en mecanografía.

El tiempo parece detenerse y todo parece ir demasiado lento... todo menos mi cabeza, que no para de dar vueltas cual peonza de madera que un padre está haciendo bailar en un parque para regocijo de su niño.

La gente pasa a mi alrededor, son como muertos vivientes, seres sin alma, sin sentimientos, seres vacíos. Yo no existo para la gran mayoría de ellos, y para los pocos que parecen percatarse de que estoy aquí, mi presencia no hace sino obligarles a agilizar el ritmo de su caminar, produciendo una brisa de aire huracanado a su paso.

Nadie me habla, todo está en silencio, un silencio solo roto por los motores de los aviones. Un silencio solo roto por los pasos de las almas errantes que pasan a mi lado, que me atraviesan cual fantasma que atraviesa los gruesos muros de roca del castillo en el que lleva años encerrados. Es paradójico que, habiendo tanto ruido alrededor, el silencio sea insoportable, asfixiante, estremecedor.

Todo va aconteciendo a cámara lenta. Despacio, en silencio, como si estuviera en el fondo del océano y la resistencia del agua impidiera fluir el movimiento. Ya no puedo mas. Lleno mis pulmones de aire y grito con todas mis fuerzas.

Nada. Todo sigue en silencio, todo sucede despacio, tan despacio que ni siquiera me he percatado de que en realidad estoy soñando.

Y de pronto despierto. En lo alto sale la luna llena, y entonces, mi verdadero yo, que se halla oculto, sumergido en el interior de este cuerpo débil, lampiño y enfermizo, brota. La ropa se desgarra, la mandíbula se me alarga, y vello hirsuto como alambre crece en todo mi cuerpo, llenándolo, colmándolo.

Salgo a la calle, con un aullido de triunfo.

Al fin soy libre.

Corro por las azoteas con el viento silbando en mi espalda. Mis piernas ya no son los débiles y pálidos alambres humanos que tanto odio; ahora son fuertes y musculosas patas de animal, que se mueven más rápido de lo que cualquier persona podría jamás soñar.

Vuelvo a aullar, y la noche me devuelve un grito de euforia.

Porque al fin puedo contemplar bajo mis todopoderosas garras a la primera víctima. No la dejo gritar esta vez. No hay tiempo. Ahora su sangre resbala por mi gargante, cubre mi hocico, ensucia mis colmillos. Sangre... qué asco y qué delicia.

¡Sangre!, resuena en mi cabeza, ¡sangre!, un quejido que va y viene con fuerza, como el tronar de una campana, que me vuelve loco, casi no puedo escuchar los alaridos de la gente, que me miran horrorizados, suelto el cadaver desmenbrado de entre lo que antes fueron dedos, se me escurre como el agua, casi sin querer, y me tapo los oidos...

Pero no paro de escucharlo ¡sangre!, no, no, noooooooo, grito fuertemente para atenuar la voz que resuena en mi cabeza, pero no lo consigo...y sin darme cuenta, abro los ojos, desquiciado, con el corazon latiendo con furia, chocando contra mi pecho, golpeando sin piedad, agrietando la poca humanidad que yacia dentro de mi...

Si sangre...necesito mas...recojo la poca que queda de mi victima, mezclada e impura por las leves gotas de lluvia que comienzan a brotar...

Necesito mas...echo a correr, galopo salvajamente sobre la hierba del parque, casi sin apoyarme, volando en una nube de ansiedad, de violencia carnal que me pide mas...mucha mas...¡sangre!...

A la carrera, mientras el frio aire de la noche agita mi pelo, un recuerdo empieza a resurgir de nuevo mi mente... el recuerdo de como comenzó todo... aquellos campos de concentración de la antigua Alemania nazi... aquellos borrosos y lejanos tiempos, que hacen volver las dolorosos y desgraciadamente imborrables marcas del causante de todo: El doctor Mengele.

El comienzo del fin sucedió nada más llegar a Auschwitz, aquella fría mañana de Diciembre de 1943 cuando lo vi por primera vez. El convoy en el que viajamos dio un brusco frenazo que nos hizo desplazarnos a todos hacia delante de manera brusca, aunque no lo suficiente para hacernos caer, pues íbamos tan apretados que era algo materialmente imposible. Un soldado abrió el vagón y fue entonces cuando lo vi... allí estaba el ángel de la muerte, tan firme, tan apuesto, con esa mirada fría capaz de helar las más profundas llamas del infierno. Solo movía una mano, y era para señalar a que fila debía de pasar cada uno de nosotros. Unos iban a la derecha, la fila de los ancianos, los niños y las mujeres encintas, y otros, los hombres en buen estado físico y las mujeres iban a la izquierda.

Me quedé atónito mirándole, y el se dio cuenta. De iniciativa propia, pensaba dirigirme hacia la hilera de los condenados, a la de los mas débiles, los que morirían en la cámara de gas... qué equivocado estaba! Cuando llegó mi turno, el doctor se acercó y me examinó personalmente. Tras un exhaustivo examen, una sonrisa emergió en su pálido rostro, una sonrisa que mostró sus dientes, dientes alineados y perfectos, blancos como la luna llena en una noche despejada de verano, de una perfección solo perturbada por el excesivo espacio entre los incisivos superiores, que le daban un aire mas monstruoso si cabe.
Le indicó algo a uno de los guardias que no pude entender, y tras el golpe que me dio me desperté atado a una camilla en una sala en la que había una hilera de ojos humanos observándome a través de un líquido amarillento dentro de tarros de cristal. Cientos de ojos, cada uno de un color, desde el azul mas claro, casi tanto como el agua, hasta el negro mas oscuro…

Solo una pequeña y fría luz, ilmunaba la sala, intente incorporarme para examinar mi alrededor; pero no pude, estaba atado a la cama, si es que era una cama. La cabeza aun me daba vueltas, y no conseguia distinguir con demasiada claridad; y encima la luz no ayudaba, esa luz, moviendose de izquierda a derecha, me volvía frenético, aunque tal vez era yo, el que estaba mareado. El aire era amargo, casi podia saborear el óxido que se desprendía de las paredes, no había ventanas, o al menos eso creo, ya que desde mi incomoda posición, no distinguía gran cosa. Solo veia hileras interminables de órganos alrededor de mi, riñones, pulmones, ojos, un museo del horror...de repente oí un crujido, seco, corto, como el quebrar de un hueso, y todo, comenzó, a empequeñecerse, las paredes se cerraban sobre mi, las estanterias lastimeras, dejaban caer su sádico contenido, que estallaba en un aullido de dolor contra el suelo.

Se cierran, y yo no puedo moverme, avanzan lentas, no tienen prisa por aprisionar mi carne, por doblar y partir mis huesos, por vaciar mi sangre contra ellas..., no puedo moverme, lo intento, giro mi cuello desesperado por salir de alli, pero no consigo nada, solo heridas por el roce de las correas, que alimentan de sangre el suelo que ha de acoger mi cadáver, alimento su sed, la habitacion se cierne sobrte mi, ¡tengo que salir! ¡Dios! no puedo morir así, aprisionado entre restos de lo de putrefaccion humana, mezclados con organos anonimos, de gente que no conoci...

Las paredes ya están a mi lado, casi puedo sentirlas, casi...¡ah!, un resto de estanteria, que pendia de la pared, me atraviesa la mejilla, no puedo gritar de dolor, casi no tengo fuerzas, la sangre se mezcla con el sudor que se escurre de mi frente, escuece mucho, la cama comienza a doblarse, hago un ultimo intento, tenso los musculos, se endurecen como la piedra, las venas afloran por mi piel, se hinchan, el caudal de sangre casi hace que exploten. Tenso mas, noto como comienzan a crujir mis dedos, de la fuerza que intento imprimir, no consigo evitar el mearme encima, casi me desmayo de la presión, pero intento aguantar despierto, ¡vamos joder! me digo a mi mismo, las paredes ya rozan mis brazos, no puedo morir, no puedo; los brazos me arden, casi podria derretir las paredes con ellos, noto un pinchazo, y veo como se forma un circulo amoratado en uno de mis brazos, no puedo mas, la carne se pliega sobre mis huesos, y restos de organos se apilan sobre mi pecho y cintura, otro resto de estanteria me atraviesa la pierna, aunque, no importa, ya casi no la siento, se me dilatan las pupilas y no evito el llorar, lloro, por impotencia, por no saber que ocurre, por esta muerte amarga que me espera, aqui medio aplastado, roto como una simple muñeca de porcelana, apretejudada por la mano de un chiquillo malo, que rompe la muñeca de su hermana.

¡Que triste fin!, mis lagrimas, mezcla de sudor, sangre, oxido y un liquido asqueroso, se derraman incontinentes, el orin me riega la herida de la pierna, pienso que debería de dolerme, pero no es asín ya no, comienza la sinfonia de los huesos, comienza el concierto de mi muerte, el instrumento, soy yo...

Ya casi no puedo ver, casi no distingo nada, no oigo como se deshace mi cuerpo, la piel, fina hoja de papel arrugada, lo que antes era dura estructura osea, ahora es piel, lo que antes era piel, ahora es aire, aire...cierro los ojos...me acomodo para lo que ha de venir, y solo una imagen me viene a la mente...

Algo turbia mi sueño...un ruido, un sonido que conozco, eso no son...¡¿truenos?!, ¡truenos!, abro los ojos, y me doy cuenta que sigo en el parque por el que corría, me había quedado hipnotizado, mirando una imagen, la de un anuncio de teatro sobre el holcausto, las últimas hora de Hitler, se titulaba, la tormenta habia empeorado mucho, y yo seguia sediento, asi que emprendi la marcha, en busca de algo que acallara mi instintos...

...por fin veo a mi objetivo. Va solo, abrazándose a si mismo con brazos temblorosos y denotando pequeñas convulsiones debidas, seguramente, a la mezcla de frío y humedad ambiental. Lleva el cuello de la camisa alzado, con lo que solo se pueden apreciar una pequeña parte de sus mejillas barbilampiñas, una nariz enrojecida y unos pequeños ojos entrecerrados tras unas empapadas gafas que no deben permitirle ver mas allá de un par de metros de distancia, todo ello enmarcado por una abundante melena castaña, oscurecida por el agua de la lluvia, que ahora ha comenzado a arreciar y hace invisibles mis pasos al oído humano.

Agazapado en las sombras, voy siguiendo al pobre infeliz. Un zumbido perturba mi concentración... un zumbido acompañado de un agudo sonido que parece hacerme enloquecer. Suena una, dos tres, y hasta cuatro veces. Cuando estoy a punto de huir despavorido de la escena, veo como el joven se lleva la mano al bolsillo y contesta a una llamada de su teléfono móvil. De repente, se da la vuelta y clava sus ojos en los mios.

El tiempo se para, todo vuelve a estar envuelto en silencio. Pasan años, décadas, siglos. El parque en el que nos encontramos parece ahora mucho mas oscuro, y los columpios donde a la luz del día juegan los niños, no son ahora mas que espectrales esqueletos que dan al entorno un aire entre dantesco y cómico.

La luz de la única farola que queda con vida, comienza a fluctuar, pasando de su casi extinción, a la mas intensa luminosidad lo cual me hace entrecerrar los ojos por puro reflejo. En un instante parece que se haya hecho de día, pero un chisporroteo y la explosión de la bombilla hacen volver al entorno a una situación de total oscuridad.

Mis ojos se adaptan rápidamente a la nueva situación, y vuelvo a ver al chico. Sigue mirándome fijamente. Sabe exactamente donde estoy, y entonces comienza a sonreir, mostrando unos caninos demasiado afilados y grandes para un ser humano.
 
Re: Escribo lo que me da la gana: Dormido en la oficina.

Werewolf dijo:
Athor dijo:
Werewolf dijo:
Dussander dijo:
BelaKarloff dijo:
Werewolf dijo:
El estruendo de los aviones al pasar, hace tintinear los cristales a mi espalda. Aquí, sentado frente al ordenador de mi oficina, con el olor a tabaco rancio que ha dejado el compañero al que acabo de relevar, y sumido en la mas absoluta soledad pese a estar rodeado de personas, los pensamiento fluyen por mi mente demasiado rápido como para poder plasmarlos en la pantalla, debido a mis torpes dedos y a mis nulos conocimientos en mecanografía.

El tiempo parece detenerse y todo parece ir demasiado lento... todo menos mi cabeza, que no para de dar vueltas cual peonza de madera que un padre está haciendo bailar en un parque para regocijo de su niño.

La gente pasa a mi alrededor, son como muertos vivientes, seres sin alma, sin sentimientos, seres vacíos. Yo no existo para la gran mayoría de ellos, y para los pocos que parecen percatarse de que estoy aquí, mi presencia no hace sino obligarles a agilizar el ritmo de su caminar, produciendo una brisa de aire huracanado a su paso.

Nadie me habla, todo está en silencio, un silencio solo roto por los motores de los aviones. Un silencio solo roto por los pasos de las almas errantes que pasan a mi lado, que me atraviesan cual fantasma que atraviesa los gruesos muros de roca del castillo en el que lleva años encerrados. Es paradójico que, habiendo tanto ruido alrededor, el silencio sea insoportable, asfixiante, estremecedor.

Todo va aconteciendo a cámara lenta. Despacio, en silencio, como si estuviera en el fondo del océano y la resistencia del agua impidiera fluir el movimiento. Ya no puedo mas. Lleno mis pulmones de aire y grito con todas mis fuerzas.

Nada. Todo sigue en silencio, todo sucede despacio, tan despacio que ni siquiera me he percatado de que en realidad estoy soñando.

Y de pronto despierto. En lo alto sale la luna llena, y entonces, mi verdadero yo, que se halla oculto, sumergido en el interior de este cuerpo débil, lampiño y enfermizo, brota. La ropa se desgarra, la mandíbula se me alarga, y vello hirsuto como alambre crece en todo mi cuerpo, llenándolo, colmándolo.

Salgo a la calle, con un aullido de triunfo.

Al fin soy libre.

Corro por las azoteas con el viento silbando en mi espalda. Mis piernas ya no son los débiles y pálidos alambres humanos que tanto odio; ahora son fuertes y musculosas patas de animal, que se mueven más rápido de lo que cualquier persona podría jamás soñar.

Vuelvo a aullar, y la noche me devuelve un grito de euforia.

Porque al fin puedo contemplar bajo mis todopoderosas garras a la primera víctima. No la dejo gritar esta vez. No hay tiempo. Ahora su sangre resbala por mi gargante, cubre mi hocico, ensucia mis colmillos. Sangre... qué asco y qué delicia.

¡Sangre!, resuena en mi cabeza, ¡sangre!, un quejido que va y viene con fuerza, como el tronar de una campana, que me vuelve loco, casi no puedo escuchar los alaridos de la gente, que me miran horrorizados, suelto el cadaver desmenbrado de entre lo que antes fueron dedos, se me escurre como el agua, casi sin querer, y me tapo los oidos...

Pero no paro de escucharlo ¡sangre!, no, no, noooooooo, grito fuertemente para atenuar la voz que resuena en mi cabeza, pero no lo consigo...y sin darme cuenta, abro los ojos, desquiciado, con el corazon latiendo con furia, chocando contra mi pecho, golpeando sin piedad, agrietando la poca humanidad que yacia dentro de mi...

Si sangre...necesito mas...recojo la poca que queda de mi victima, mezclada e impura por las leves gotas de lluvia que comienzan a brotar...

Necesito mas...echo a correr, galopo salvajamente sobre la hierba del parque, casi sin apoyarme, volando en una nube de ansiedad, de violencia carnal que me pide mas...mucha mas...¡sangre!...

A la carrera, mientras el frio aire de la noche agita mi pelo, un recuerdo empieza a resurgir de nuevo mi mente... el recuerdo de como comenzó todo... aquellos campos de concentración de la antigua Alemania nazi... aquellos borrosos y lejanos tiempos, que hacen volver las dolorosos y desgraciadamente imborrables marcas del causante de todo: El doctor Mengele.

El comienzo del fin sucedió nada más llegar a Auschwitz, aquella fría mañana de Diciembre de 1943 cuando lo vi por primera vez. El convoy en el que viajamos dio un brusco frenazo que nos hizo desplazarnos a todos hacia delante de manera brusca, aunque no lo suficiente para hacernos caer, pues íbamos tan apretados que era algo materialmente imposible. Un soldado abrió el vagón y fue entonces cuando lo vi... allí estaba el ángel de la muerte, tan firme, tan apuesto, con esa mirada fría capaz de helar las más profundas llamas del infierno. Solo movía una mano, y era para señalar a que fila debía de pasar cada uno de nosotros. Unos iban a la derecha, la fila de los ancianos, los niños y las mujeres encintas, y otros, los hombres en buen estado físico y las mujeres iban a la izquierda.

Me quedé atónito mirándole, y el se dio cuenta. De iniciativa propia, pensaba dirigirme hacia la hilera de los condenados, a la de los mas débiles, los que morirían en la cámara de gas... qué equivocado estaba! Cuando llegó mi turno, el doctor se acercó y me examinó personalmente. Tras un exhaustivo examen, una sonrisa emergió en su pálido rostro, una sonrisa que mostró sus dientes, dientes alineados y perfectos, blancos como la luna llena en una noche despejada de verano, de una perfección solo perturbada por el excesivo espacio entre los incisivos superiores, que le daban un aire mas monstruoso si cabe.
Le indicó algo a uno de los guardias que no pude entender, y tras el golpe que me dio me desperté atado a una camilla en una sala en la que había una hilera de ojos humanos observándome a través de un líquido amarillento dentro de tarros de cristal. Cientos de ojos, cada uno de un color, desde el azul mas claro, casi tanto como el agua, hasta el negro mas oscuro…

Solo una pequeña y fría luz, ilmunaba la sala, intente incorporarme para examinar mi alrededor; pero no pude, estaba atado a la cama, si es que era una cama. La cabeza aun me daba vueltas, y no conseguia distinguir con demasiada claridad; y encima la luz no ayudaba, esa luz, moviendose de izquierda a derecha, me volvía frenético, aunque tal vez era yo, el que estaba mareado. El aire era amargo, casi podia saborear el óxido que se desprendía de las paredes, no había ventanas, o al menos eso creo, ya que desde mi incomoda posición, no distinguía gran cosa. Solo veia hileras interminables de órganos alrededor de mi, riñones, pulmones, ojos, un museo del horror...de repente oí un crujido, seco, corto, como el quebrar de un hueso, y todo, comenzó, a empequeñecerse, las paredes se cerraban sobre mi, las estanterias lastimeras, dejaban caer su sádico contenido, que estallaba en un aullido de dolor contra el suelo.

Se cierran, y yo no puedo moverme, avanzan lentas, no tienen prisa por aprisionar mi carne, por doblar y partir mis huesos, por vaciar mi sangre contra ellas..., no puedo moverme, lo intento, giro mi cuello desesperado por salir de alli, pero no consigo nada, solo heridas por el roce de las correas, que alimentan de sangre el suelo que ha de acoger mi cadáver, alimento su sed, la habitacion se cierne sobrte mi, ¡tengo que salir! ¡Dios! no puedo morir así, aprisionado entre restos de lo de putrefaccion humana, mezclados con organos anonimos, de gente que no conoci...

Las paredes ya están a mi lado, casi puedo sentirlas, casi...¡ah!, un resto de estanteria, que pendia de la pared, me atraviesa la mejilla, no puedo gritar de dolor, casi no tengo fuerzas, la sangre se mezcla con el sudor que se escurre de mi frente, escuece mucho, la cama comienza a doblarse, hago un ultimo intento, tenso los musculos, se endurecen como la piedra, las venas afloran por mi piel, se hinchan, el caudal de sangre casi hace que exploten. Tenso mas, noto como comienzan a crujir mis dedos, de la fuerza que intento imprimir, no consigo evitar el mearme encima, casi me desmayo de la presión, pero intento aguantar despierto, ¡vamos joder! me digo a mi mismo, las paredes ya rozan mis brazos, no puedo morir, no puedo; los brazos me arden, casi podria derretir las paredes con ellos, noto un pinchazo, y veo como se forma un circulo amoratado en uno de mis brazos, no puedo mas, la carne se pliega sobre mis huesos, y restos de organos se apilan sobre mi pecho y cintura, otro resto de estanteria me atraviesa la pierna, aunque, no importa, ya casi no la siento, se me dilatan las pupilas y no evito el llorar, lloro, por impotencia, por no saber que ocurre, por esta muerte amarga que me espera, aqui medio aplastado, roto como una simple muñeca de porcelana, apretejudada por la mano de un chiquillo malo, que rompe la muñeca de su hermana.

¡Que triste fin!, mis lagrimas, mezcla de sudor, sangre, oxido y un liquido asqueroso, se derraman incontinentes, el orin me riega la herida de la pierna, pienso que debería de dolerme, pero no es asín ya no, comienza la sinfonia de los huesos, comienza el concierto de mi muerte, el instrumento, soy yo...

Ya casi no puedo ver, casi no distingo nada, no oigo como se deshace mi cuerpo, la piel, fina hoja de papel arrugada, lo que antes era dura estructura osea, ahora es piel, lo que antes era piel, ahora es aire, aire...cierro los ojos...me acomodo para lo que ha de venir, y solo una imagen me viene a la mente...

Algo turbia mi sueño...un ruido, un sonido que conozco, eso no son...¡¿truenos?!, ¡truenos!, abro los ojos, y me doy cuenta que sigo en el parque por el que corría, me había quedado hipnotizado, mirando una imagen, la de un anuncio de teatro sobre el holcausto, las últimas hora de Hitler, se titulaba, la tormenta habia empeorado mucho, y yo seguia sediento, asi que emprendi la marcha, en busca de algo que acallara mi instintos...

...por fin veo a mi objetivo. Va solo, abrazándose a si mismo con brazos temblorosos y denotando pequeñas convulsiones debidas, seguramente, a la mezcla de frío y humedad ambiental. Lleva el cuello de la camisa alzado, con lo que solo se pueden apreciar una pequeña parte de sus mejillas barbilampiñas, una nariz enrojecida y unos pequeños ojos entrecerrados tras unas empapadas gafas que no deben permitirle ver mas allá de un par de metros de distancia, todo ello enmarcado por una abundante melena castaña, oscurecida por el agua de la lluvia, que ahora ha comenzado a arreciar y hace invisibles mis pasos al oído humano.

Agazapado en las sombras, voy siguiendo al pobre infeliz. Un zumbido perturba mi concentración... un zumbido acompañado de un agudo sonido que parece hacerme enloquecer. Suena una, dos tres, y hasta cuatro veces. Cuando estoy a punto de huir despavorido de la escena, veo como el joven se lleva la mano al bolsillo y contesta a una llamada de su teléfono móvil. De repente, se da la vuelta y clava sus ojos en los mios.

El tiempo se para, todo vuelve a estar envuelto en silencio. Pasan años, décadas, siglos. El parque en el que nos encontramos parece ahora mucho mas oscuro, y los columpios donde a la luz del día juegan los niños, no son ahora mas que espectrales esqueletos que dan al entorno un aire entre dantesco y cómico.

La luz de la única farola que queda con vida, comienza a fluctuar, pasando de su casi extinción, a la mas intensa luminosidad lo cual me hace entrecerrar los ojos por puro reflejo. En un instante parece que se haya hecho de día, pero un chisporroteo y la explosión de la bombilla hacen volver al entorno a una situación de total oscuridad.

Mis ojos se adaptan rápidamente a la nueva situación, y vuelvo a ver al chico. Sigue mirándome fijamente. Sabe exactamente donde estoy, y entonces comienza a sonreir, mostrando unos caninos demasiado afilados y grandes para un ser humano.

En menos de lo que dura un pestañeo, el ser que ahora tengo ante mi, se desvanece, para volver a materializarse de forma instantánea justo a mi derecha.

Lo que hace unos instantes era una persona aparentemente normal, ha adquirido ahora una tonalidad pálida como la nieve, con unas ojeras tan marcadas y profundas que al tratar de mirarle a los ojos siento como si cayera por un pozo de kilómetros de profundidad. Me llaman la atención sus labios, que han adquirido un tono rojizo, tan vivo que parecen estar pintados de un carmín intenso y fuerte como el rojo que tiñe el océano tras la matanza de delfines que se produce en cualquier pueblo costero de Japón sobre el mes de Marzo.

Al contemplar esto, intento dar un paso atrás, pero no puedo moverme. Estoy paralizado, bloqueado, mi cuerpo no responde. Por primera vez en muchos años, lo vuelvo a sentir. Es paradójico que un sentimiento tan olvidado y que había propagado mi mera presencia durante tantos años, vuelva a mi con esa fuerza.

Siento su voz, no la escucho, la percibo dentro de mi cabeza, y no en forma de palabras, sino como un murmullo. Le miro, permanece inmóvil, con sus ojos carentes de razón y de vida fijos en los míos. Noto como hurga en mi cabeza, en mis pensamientos, como viola mi mente el ser que tengo junto a mi, el demonio que ha conseguido tenerme a su merced sin siquiera tocarme, hasta tal punto que me ha hecho claudicar ante el. Ahora, rodilla en tierra, los recuerdos pasan por mis pensamientos de forma vertiginosa, mareante y caótica... de repente se paran y empiezo a contemplarlos de forma nítida, como si de una vieja película se tratara.

Veo los recuerdos borrados, que, sin embargo están grabados a fuego en lo profundo de nuestro subconsciente. Así pues, me encuentro ante lo que debió de ser el útero donde me gesté, donde mis huesos, mi carne y mi piel se empezaban a formar. Miro mis manos y veo como los esbozos de mis dedos están aún unidos por una finísima tela, dándole un aspecto parecido al de una pata de un ánade real.

La imagen se vuelve borrosa, vuelve el caos para detenerse. Ahora estoy ante una tarta de cumpleaños. Es una tarta de chocolate, con cuatro velas. En un instante he avanzado mas de cuatro años. Me veo rodeado de gente. Reconozco a algunos, a mis padres, a mis tíos y a mis primos. También veo un perro, se trata de un cachorro de pastor Belga con un lazo azul en el cuello. Debe de ser Jan, mi fiel compañero y mi protector, el que se ocupara de defenderme cuando los chicos de los cursos superiores me perseguían para pegarme y mofarse de mi. El que dio su vida para defenderme de esos desgraciados. La imagen pasa de nuevo a hacerse borrosa.

Ahora aparece el colegio, han pasado unos ocho años. La tabla periódica aparece desplegada en un póster colocado sobre el encerado de la vieja aula de Química. Oigo una voz joven: “...Hidrógeno, Litio, Sodio, Potasio, Rubidio, Cesio y Francio...”, es la voz de un alumno cuyo nombre no recuerdo, respondiendo cuando Don Angel le pregunta por la familia de los Alcalinos. Ahora me toca el turno a mi, pero la voz que sale de su garganta y el movimiento de sus labios, poco tiene que ver con lo que escucho...

...¿...quieres a Tania como legítima esposa, y prometes amarla y respetarla todos los días de tu vida hasta que la muerte os separe?... las imágenes vuelven a fluir, esta vez contemplo una vieja iglesia románica, ante una congregación de personas, casi todas vestidas de forma elegante y con colores alegres. Estoy rememorando el dia de mi boda. La veo a ella. El dolor se apodera de mi, pues tras todos los esfuerzos por borrar de mi memoria todo el dolor relacionado con su pérdida, por borrar su cara y olvidarla, ahora la tengo delante. ¿Quién me iba a decir a mi que solo tres años después de ese maravilloso día la iba a perder de esa forma tan horrorosa? Ahora contemplo sus oscuros, profundos y vivos ojos negros, su cabellera negra hasta la cintura, coronada por una diadema de plata, con el velo hacia atrás, dejando al descubierto su blanco y redondeado rostro, precioso, con esos abultados carrillos que tanto me gustaba acariciar y mordisquear cariñosamente tras nuestras ardientes noches de pasión. Me sonríe, y su sonrisa me deja ver de nuevo su perfecta dentadura, con sus dientes alineados impecablemente como las cuentas de un collar... esos dientes que vería caer ensangrentados tras recibir el golpe de la culata de un MG-42 aquella mañana en la que el batallón comandado por el Capitán Erich irrumpiera en nuestro hogar.

La imagen se torna borrosa, pero esta vez me resisto a que se diluya completamente. A pesar de mis intentos, el ser es demasiado fuerte y me hace ceder. Tras un remolino de imágenes, se vuelven a detener, y me vuelvo a ver de nuevo atado a la camilla, en la misma estancia llena de ojos flotando caóticamente dentro de botes de cristal llenos de formol.

Mis ojos nerviosos exploran el cubículo y justo en el momento en el que atisban una puerta, se enciende la lámpara que tengo justo encima, y una luz blanca, cegadora me deslumbra. Unos profundos ojos azules emergen ante mi, flanqueados por unas pobladas cejas y un gorro de cirujano. Su nariz y el resto de su cara, salvo la parte superior de las mejillas, también está cubierta por una mascarilla.

Del contorno de sus ojos surgen ahora unas arrugas, arrugas que delatan una sardónica sonrisa. El médico se quita las dos prendas que ocultan su rostro y ante mi no aparece el doctor Mengele como esperaba, sino que emerge la cara del chico al que acecharía unos cuantos años mas adelante en el tiempo, en un parque, una tormentosa noche. El mismo chico que se volvería endemoniadamente terrorífico y que me habría de paralizar sin siquiera tocarme. El mismo chico que en este preciso momento esta violando mis recuerdos.

Escucho una voz en mi cabeza: “Sorprendido, ¿verdad?”, y un remolino deshace las imágenes que estaba contemplando y me escupe al presente, a la aterradora realidad. El ser que tengo ante mi ha cogido mi cabeza con sus huesudas manos, unas manos con largas uñas afiladas como cuchillas y color beige, pero sucias, muy sucias. Me habla con su boca pegada a mi nariz, por lo que puedo percibir su aliento putrefacto. Un hedor insoportable. El olor de algo podrido que lleva siglos encerrado en un cofre, tan intenso que hace que me escuezan los ojos.

Por un acto reflejo, mis manos agarran sus muñecas, y nada mas tocarle vuelven a su estado humano, frágiles, débiles y vulnerables. Toco su piel, una piel fria, húmeda y repulsiva.

“Por fin volvemos a encontrarnos, Josué. ¿creías que ibas a escapar y ocultarte eternamente?” Dijo el ser con una mueca que interpreté como una sonrisa. Una sonrisa que mostraba sus enormes e inhumanos caninos, alcanzando a mostrar restos sangre sea en las encias. Suelto sus muñecas y mis manos vuelven a recuperar su aspecto animal. Me tiene a su merced.

EDITO: Pido perdón por los errores que pueda tener el texto, pero...Jojones!!! Mirad que hora es... demasiado que no me he quedado sopa. :P
 
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