Werewolf dijo:
Dussander dijo:
BelaKarloff dijo:
Werewolf dijo:
El estruendo de los aviones al pasar, hace tintinear los cristales a mi espalda. Aquí, sentado frente al ordenador de mi oficina, con el olor a tabaco rancio que ha dejado el compañero al que acabo de relevar, y sumido en la mas absoluta soledad pese a estar rodeado de personas, los pensamiento fluyen por mi mente demasiado rápido como para poder plasmarlos en la pantalla, debido a mis torpes dedos y a mis nulos conocimientos en mecanografía.
El tiempo parece detenerse y todo parece ir demasiado lento... todo menos mi cabeza, que no para de dar vueltas cual peonza de madera que un padre está haciendo bailar en un parque para regocijo de su niño.
La gente pasa a mi alrededor, son como muertos vivientes, seres sin alma, sin sentimientos, seres vacíos. Yo no existo para la gran mayoría de ellos, y para los pocos que parecen percatarse de que estoy aquí, mi presencia no hace sino obligarles a agilizar el ritmo de su caminar, produciendo una brisa de aire huracanado a su paso.
Nadie me habla, todo está en silencio, un silencio solo roto por los motores de los aviones. Un silencio solo roto por los pasos de las almas errantes que pasan a mi lado, que me atraviesan cual fantasma que atraviesa los gruesos muros de roca del castillo en el que lleva años encerrados. Es paradójico que, habiendo tanto ruido alrededor, el silencio sea insoportable, asfixiante, estremecedor.
Todo va aconteciendo a cámara lenta. Despacio, en silencio, como si estuviera en el fondo del océano y la resistencia del agua impidiera fluir el movimiento. Ya no puedo mas. Lleno mis pulmones de aire y grito con todas mis fuerzas.
Nada. Todo sigue en silencio, todo sucede despacio, tan despacio que ni siquiera me he percatado de que en realidad estoy soñando.
Y de pronto despierto. En lo alto sale la luna llena, y entonces, mi verdadero yo, que se halla oculto, sumergido en el interior de este cuerpo débil, lampiño y enfermizo, brota. La ropa se desgarra, la mandíbula se me alarga, y vello hirsuto como alambre crece en todo mi cuerpo, llenándolo, colmándolo.
Salgo a la calle, con un aullido de triunfo.
Al fin soy libre.
Corro por las azoteas con el viento silbando en mi espalda. Mis piernas ya no son los débiles y pálidos alambres humanos que tanto odio; ahora son fuertes y musculosas patas de animal, que se mueven más rápido de lo que cualquier persona podría jamás soñar.
Vuelvo a aullar, y la noche me devuelve un grito de euforia.
Porque al fin puedo contemplar bajo mis todopoderosas garras a la primera víctima. No la dejo gritar esta vez. No hay tiempo. Ahora su sangre resbala por mi gargante, cubre mi hocico, ensucia mis colmillos. Sangre... qué asco y qué delicia.
¡Sangre!, resuena en mi cabeza, ¡sangre!, un quejido que va y viene con fuerza, como el tronar de una campana, que me vuelve loco, casi no puedo escuchar los alaridos de la gente, que me miran horrorizados, suelto el cadaver desmenbrado de entre lo que antes fueron dedos, se me escurre como el agua, casi sin querer, y me tapo los oidos...
Pero no paro de escucharlo ¡sangre!, no, no, noooooooo, grito fuertemente para atenuar la voz que resuena en mi cabeza, pero no lo consigo...y sin darme cuenta, abro los ojos, desquiciado, con el corazon latiendo con furia, chocando contra mi pecho, golpeando sin piedad, agrietando la poca humanidad que yacia dentro de mi...
Si sangre...necesito mas...recojo la poca que queda de mi victima, mezclada e impura por las leves gotas de lluvia que comienzan a brotar...
Necesito mas...echo a correr, galopo salvajamente sobre la hierba del parque, casi sin apoyarme, volando en una nube de ansiedad, de violencia carnal que me pide mas...mucha mas...¡sangre!...
A la carrera, mientras el frio aire de la noche agita mi pelo, un recuerdo empieza a resurgir de nuevo mi mente... el recuerdo de como comenzó todo... aquellos campos de concentración de la antigua Alemania nazi... aquellos borrosos y lejanos tiempos, que hacen volver las dolorosos y desgraciadamente imborrables marcas del causante de todo: El doctor Mengele.
El comienzo del fin sucedió nada más llegar a Auschwitz, aquella fría mañana de Diciembre de 1943 cuando lo vi por primera vez. El convoy en el que viajamos dio un brusco frenazo que nos hizo desplazarnos a todos hacia delante de manera brusca, aunque no lo suficiente para hacernos caer, pues íbamos tan apretados que era algo materialmente imposible. Un soldado abrió el vagón y fue entonces cuando lo vi... allí estaba el ángel de la muerte, tan firme, tan apuesto, con esa mirada fría capaz de helar las más profundas llamas del infierno. Solo movía una mano, y era para señalar a que fila debía de pasar cada uno de nosotros. Unos iban a la derecha, la fila de los ancianos, los niños y las mujeres encintas, y otros, los hombres en buen estado físico y las mujeres iban a la izquierda.
Me quedé atónito mirándole, y el se dio cuenta. De iniciativa propia, pensaba dirigirme hacia la hilera de los condenados, a la de los mas débiles, los que morirían en la cámara de gas... qué equivocado estaba! Cuando llegó mi turno, el doctor se acercó y me examinó personalmente. Tras un exhaustivo examen, una sonrisa emergió en su pálido rostro, una sonrisa que mostró sus dientes, dientes alineados y perfectos, blancos como la luna llena en una noche despejada de verano, de una perfección solo perturbada por el excesivo espacio entre los incisivos superiores, que le daban un aire mas monstruoso si cabe.
Le indicó algo a uno de los guardias que no pude entender, y tras el golpe que me dio me desperté atado a una camilla en una sala en la que había una hilera de ojos humanos observándome a través de un líquido amarillento dentro de tarros de cristal. Cientos de ojos, cada uno de un color, desde el azul mas claro, casi tanto como el agua, hasta el negro mas oscuro…
Solo una pequeña y fría luz, ilmunaba la sala, intente incorporarme para examinar mi alrededor; pero no pude, estaba atado a la cama, si es que era una cama. La cabeza aun me daba vueltas, y no conseguia distinguir con demasiada claridad; y encima la luz no ayudaba, esa luz, moviendose de izquierda a derecha, me volvía frenético, aunque tal vez era yo, el que estaba mareado. El aire era amargo, casi podia saborear el óxido que se desprendía de las paredes, no había ventanas, o al menos eso creo, ya que desde mi incomoda posición, no distinguía gran cosa. Solo veia hileras interminables de órganos alrededor de mi, riñones, pulmones, ojos, un museo del horror...de repente oí un crujido, seco, corto, como el quebrar de un hueso, y todo, comenzó, a empequeñecerse, las paredes se cerraban sobre mi, las estanterias lastimeras, dejaban caer su sádico contenido, que estallaba en un aullido de dolor contra el suelo.
Se cierran, y yo no puedo moverme, avanzan lentas, no tienen prisa por aprisionar mi carne, por doblar y partir mis huesos, por vaciar mi sangre contra ellas..., no puedo moverme, lo intento, giro mi cuello desesperado por salir de alli, pero no consigo nada, solo heridas por el roce de las correas, que alimentan de sangre el suelo que ha de acoger mi cadáver, alimento su sed, la habitacion se cierne sobrte mi, ¡tengo que salir! ¡Dios! no puedo morir así, aprisionado entre restos de lo de putrefaccion humana, mezclados con organos anonimos, de gente que no conoci...
Las paredes ya están a mi lado, casi puedo sentirlas, casi...¡ah!, un resto de estanteria, que pendia de la pared, me atraviesa la mejilla, no puedo gritar de dolor, casi no tengo fuerzas, la sangre se mezcla con el sudor que se escurre de mi frente, escuece mucho, la cama comienza a doblarse, hago un ultimo intento, tenso los musculos, se endurecen como la piedra, las venas afloran por mi piel, se hinchan, el caudal de sangre casi hace que exploten. Tenso mas, noto como comienzan a crujir mis dedos, de la fuerza que intento imprimir, no consigo evitar el mearme encima, casi me desmayo de la presión, pero intento aguantar despierto, ¡vamos joder! me digo a mi mismo, las paredes ya rozan mis brazos, no puedo morir, no puedo; los brazos me arden, casi podria derretir las paredes con ellos, noto un pinchazo, y veo como se forma un circulo amoratado en uno de mis brazos, no puedo mas, la carne se pliega sobre mis huesos, y restos de organos se apilan sobre mi pecho y cintura, otro resto de estanteria me atraviesa la pierna, aunque, no importa, ya casi no la siento, se me dilatan las pupilas y no evito el llorar, lloro, por impotencia, por no saber que ocurre, por esta muerte amarga que me espera, aqui medio aplastado, roto como una simple muñeca de porcelana, apretejudada por la mano de un chiquillo malo, que rompe la muñeca de su hermana.
¡Que triste fin!, mis lagrimas, mezcla de sudor, sangre, oxido y un liquido asqueroso, se derraman incontinentes, el orin me riega la herida de la pierna, pienso que debería de dolerme, pero no es asín ya no, comienza la sinfonia de los huesos, comienza el concierto de mi muerte, el instrumento, soy yo...
Ya casi no puedo ver, casi no distingo nada, no oigo como se deshace mi cuerpo, la piel, fina hoja de papel arrugada, lo que antes era dura estructura osea, ahora es piel, lo que antes era piel, ahora es aire, aire...cierro los ojos...me acomodo para lo que ha de venir, y solo una imagen me viene a la mente...
Algo turbia mi sueño...un ruido, un sonido que conozco, eso no son...¡¿truenos?!, ¡truenos!, abro los ojos, y me doy cuenta que sigo en el parque por el que corría, me había quedado hipnotizado, mirando una imagen, la de un anuncio de teatro sobre el holcausto, las últimas hora de Hitler, se titulaba, la tormenta habia empeorado mucho, y yo seguia sediento, asi que emprendi la marcha, en busca de algo que acallara mi instintos...