Wontnerman
Miembro habitual
- Si el humor se puede reflejar en el físico, si un rostro puede ser casi una caricatura viviente, el personaje que nos ocupa detenta un lugar preeminente. Imaginemos la estampa de un caballero que a primera vista parece el cruce entre un noble (que lo fue por muchos motivos), un notario, un vendedor de bolígrafos a la puerta de un mercado y el cascarrabias empleado de un ministerio. Si a esas combinaciones le sumamos todo el genio de Italia, perdón, de Nápoles (en qué estaría yo pensando), obtenemos al nacido en 1898, Príncipe Antonio Focas Flavio Angelo Ducas Comneno di Bisanzio De Curtis Gagliardi, Antonio De Curtis para los amigos y para los muy amigos, simplemente Totò.
Decir que Totò era un actor cómico supone quedarse muy corto, y de escucharnos él, seguro que nos lanzaría un buen rapapolvo, gesticulando tanto que haría que nos mareásemos y apabullados abandonaríamos la escena para no volver, probablemente sin la cartera y con un cuadro falso de Tiziano bajo el brazo...
Totò, fue actor, poeta, escritor y sobre todo show man, en una época en que ese concepto todavía no estaba demasiado definido. Ello tenía una ventaja y un inconveniente. Como otros grandes genios de la palabra de la talla de Louis de Funès, Alberto Sordi, Groucho Marx o Cantinflas, y en tiempos presentes pensaría en Robin Williams o Jim Carrey, si se les ataba corto y se les lograba convencer de que siguieran un guión a pies juntillas (cosa muy difícil), uno obtenía una obra de arte. Si por el contrario se les daba carta blanca, el resultado era una colección de sketches que eran puro exceso pero que individualmente no había manera de encajar como película. El motivo es que todos los nombres que he citado, funcionan mejor en el sketch individual, en el monólogo o parodia teatral: 10 minutos de verborrea fabulosa encandilan al público de un café o cabaret, pero cuando tenían que verse sometidos a la disciplina de un filme de hora y media, su humor podía resultar un tanto plomizo, porque todo, absolutamente todo, debía quedar al servicio del artista y el resto del reparto quedaba convertido en mera comparsa por debajo de los caprichos del genio.
En el caso de Totò, este último detalle alcanzaba cotas supinas, desde el momento en que el actor, perdón el Artista obligaba a sus compañeros de escena a llamarle “Excelencia”. La razón es que Totò fue el hijo no reconocido de un noble, de un príncipe italiano. Uno de esos príncipes tan típicamente italianos que tan bien bordó Vittorio de Sica en películas como “El Conde Max”. Es decir, nobles, que vivían de pasear su título, pero que no tenían una lira que echarse a la boca.
Sin embargo, este detalle obsesionó a Totò, que se pasó gran parte de su vida luchando para conseguir ser reconocido. Lo logró y como le cogió gusto a la cosa, se dedicó a pagar a ciento y un abogados que le ayudasen a conseguir títulos y más títulos nobiliarios, que gustosamente los nobles arruinados le cedían. Llegó un momento que Totò acumuló más títulos que toda la Casa Real al completo.
El Príncipe Totò se hizo el señor de la escena italiana. En cualquiera de sus películas en seguida entendemos por qué: carácter. Si Vittorio Gasman encarna al simpático seductor marrullero; Alberto Sordi al apocado romántico a veces y muchas otras al Don Juan de tercera o Nino Manfredi, el “más español de los actores italianos”, al pobrecito oficinista urbano, sin arte ni beneficio, con tanto acierto que Berlanga le fichó para el desgraciado personaje de “El Verdugo”, Totò simboliza al gruñón, al cabezota que no atiende a razones y que resulta triunfante precisamente por ser más terrible que Paco Martínez Soria en “Don Erre que Erre”.
Ese personaje de cabezota, brilló en los años 40 y 50 con una serie de geniales filmes que parodiaban la situación de la empobrecida Italia de la posguerra. El mercado negro, los nuevos ricos, los ladrones de tercera, los chanchullos gubernamentales, la corrupción eclesiástica. Nada escapaba a este pequeño caballero de ojos saltones, nariz y mentón prominente, que gustaba de lucir peluquín, sombrero y bufanda como signos distintivos. Sin embargo, como otros grandes de la talla de Chaplin, cuando Totò se ponía seductor, no le importaba asaltar a cualquier mujer despampanante. Todas caían a sus pies, enamoradas de este sátiro, de esta marioneta que parecía salida de la Comedia del Arte, que cultivó en su juventud.
Y como otros grandes, la vida artística de Totò era la más feliz para él. En lo privado tuvo escarceos con muchas mujeres y al igual que le sucediera a Chaplin o Cantinflas, alguna se suicidó por él, tal era su magnetismo. Y como otros grandes también, a pesar de esa vida de vino y rosas, Totò era un hombre solo, apegado a sus costumbres, al que no se le conocían amigos, más allá del plató, y sabiendo cómo son de familiares los italianos, con ese concepto tan estricto del hombre y su familia, eso fue devastador para él. La depresión se apoderó del artista y una ceguera progresiva estuvo a punto de acabar con su carrera, pero el Príncipe Totò era un hombre de armas tomar y allí donde otros se habrían rendido, él siguió actuando infatigable, inventando los guiones a veces, y otras haciendo que otros se los recitasen, de manera que sólo unos pocos allegados supieron sus problemas con la vista.
Y ese hombre que apenas veía con un solo ojo, tuvo la oportunidad de protagonizar la primera película en color de Italia, “Totò a colores” en 1952. Un filme en color, el primero del país, no podía tener más título que su propio nombre.
Después de ello, tuvo escarceos con la televisión, llegando a tener su propio show, en el que creó una especie de trasunto Stan Laurel en cuanto a la vestimenta: traje negro, corbata de lazo y bombín, pero sin renunciar a la personalidad incisiva y terrible de su juventud. El show no resultó demasiado bien porque Totó quiso atacar a todo y a todos desde la pequeña pantalla. No dejar títere con cabeza y eso en un medio al tenían acceso millones de personas y en un país como Italia, no estuvo bien visto.
El temible sátiro italiano se despidió de los escenarios de la vida en 1967. Su funeral fue un acontecimiento nacional seguido por unas doscientas mil personas. No podía haber sido de otro modo. Un artista de su talla merecía un público como aquel y estoy seguro que de haber podido, Totò habría abierto de su ataúd, y a grito pelado habría soltado uno de sus impagables monólogos que habrían hecho sonrojar a los poderosos ¿Por qué no lo hizo? Simplemente porque a su Excelencia no le apetecería y prefirió reservarse para cantarle las cuarenta a San Pedro, quejándose del tráfico que había tenido que soportar para llegar al cielo y de lo duros que estaban los fideos que cocinan los ángeles.
Recuperando la idea que indicaba al principio, para recomendar filmes de Totò hay que diferenciar dos categorías: los filmes hechos para su puro lucimiento, en el que él es el único gallo del corral, la mayoría con su nombre en el título como reclamo para el público y los más equilibrados, al trabajar con otros grandes genios de la escena italiana y en los que aceptó “domesticarse” a favor de una buena historia. Yo recomendaría especialmente los segundos.
En esta segunda categoría, cualquiera de sus filmes junto a Peppino de Filippo son una pequeña obra de arte. Peppino de Filippo, aunque hoy es menos recordado que Totò, se le podía igualar al primero en cuanto a talento y verborrea. Sus batallas dialécticas son una joya. Destaca especialmente, “Totò, Peppino y la mala mujer” (1956), en que ambos interpretan a dos malhumorados hermanos terratenientes, provincianos a más no poder, que intentan apartar a su sobrino del mal camino, al enamorarse éste de una cabaretera. Una de las mejores secuencias del filme, en que ambos escriben una taxativa carta a la chica ofreciéndole dinero para que deje a su sobrino, fue homenajeada por Roberto Benigni y Adriano Celentano en 1985 en un prograna de humor para la TV a modo de tributo a Totò y Peppino.
Si tuviera que quedarme con un solo filme de Totò probablemente sería con éste.
En este segundo grupo es imprescindible “Totò busca piso” (1950), en la piel de un humilde padre de familia numerosa que al quedarse sin hogar, y tras agotar todas las posibilidades de encontrar vivienda, se ve obligado a irse a vivir… ¡al cementerio!
“Guardias y Ladrones” (1951), en la que interpreta a un ladrón-padre de familia que tiene una guerra particular con el policía del barrio. Policía y timador, dos caras de la misma moneda, en un brillante trabajo de Totò y Aldo Fabrizzi como el policía. Un pequeño gran filme, pleno de momentos para recordar, como las secuencias familiares del policía y el ladrón y las pocas diferencias que hay entre ambas. Los dos quieren sacar a los suyos adelante, aunque cada uno a su manera.
“Totò y Pablito” (1958), junto a Pablito Calvo. Una de esas producciones de actor con niño, aunque la candidez del inolvidable protagonista de “Marcelino Pan y Vino” hace muy recomendable su visionado.
“La Ley es la ley” (1958). Producción bastante similar a “Guardias y Ladrones”. En esta ocasión, aunque Totò sigue siendo el timador de poca monta, el rol de policía lo asume el actor francés Fernandel, en una trama de equívocos situada en plena frontera entre Francia e Italia.
“Rufufu” (1958). Aunque la presencia de Totò apenas es un cameo y los que se llevan el gato al agua son el resto del reparto de cinco estrellas (Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni y una debutante Claudia Cardinale), el personaje y aparición de Totò, encarnando a un viejo ladrón retirado luciendo el sombrero de ala ancha y la eterna bufanda característica del artista que antes citábamos y que enseña a las nuevas generaciones el oficio, es una maravilla. Arrepentíos si no habéis visto nunca esta película, tan grande que hasta en USA la homenajearon casi literalmente en "Bienvenidos a Collinwood" con George Clooney intentando hacer de... Totò.
“Totò contra los cuatro” en 1963. Un festival del actor, como atabalado comisario de policía que al tiempo que combate a las bandas locales, tiene que enfrentarse a distintos problemas domésticos al ser él mismo víctima de distintos robos.
En 1966 rueda en España “Totò de Arabia”, una comedia de espías, que parodia el género de James Bond y en la que aparece José Luís López Vázquez. Es una película bastante menor, pero al menos le podemos disfrutar como protagonista absoluto, en una época en la que el actor prácticamente sólo se limitaba a cameos.
En esta misma temática de robos, tan típica de los años 60, destaca “El Oro de San Genaro” de 1966. Protagonizada por Nino Manfredi y en la que su presencia vuelve a ser un pequeño cameo, en la piel de otro ladrón veterano.
Por último, aunque sólo apta para aficionados al cine experimental y psicodélico de los 60, “Pajaritos y Pajarracos” de Pier Paolo Passolini. Una de sus últimas películas rodada en 1966, en la que Totò encarna a un padre que junto a su hijo recorren el extrarradio, un espacio geográfico indeterminado acompañados de un cuervo que habla y que les va sermoneando sobre la filosofía del marxismo. Filme complejo y difícil, pero en el que el actor hace una de sus mejores interpretaciones y con una peculiar y originalísima banda sonora de Ennio Morricone.
En el primer grupo de filmes, de la categoría Totó superstar en solitario, destaca “El Monje de Monza” de 1963. La premisa de la historia es genial: un humilde zapatero se hace pasar por sacerdote errante junto a su interminable tropa de niños pequeños para conseguir que les den limosna. El azar les lleva a tener que pernoctar en el castillo de un terrible noble que tiene secuestrada a su cuñada para forzarla a casarse con ella. El filme se pierde en los excesos propios del artista pero tiene algunas secuencias de lo más hilarantes. A destacar por el hecho de ser una de las primeras películas de Adriano Celentano, que vestido de monje se marca una canción de lo más marchoso.
Incluiría también otro gran festival de excesos, en el que Totò prácticamente emula a Peter Sellers y a Alec Guinnes como genio del disfraz, “Totò Diabolicus” (1962), en el papel de un asesino de mil caras que asume las caracterizaciones más delirantes para cometer sus crímenes. El filme resiste muy bien la comparación con "Ocho sentencias de Muerte", con un Totò desbocado, amo absoluto de la función.

Decir que Totò era un actor cómico supone quedarse muy corto, y de escucharnos él, seguro que nos lanzaría un buen rapapolvo, gesticulando tanto que haría que nos mareásemos y apabullados abandonaríamos la escena para no volver, probablemente sin la cartera y con un cuadro falso de Tiziano bajo el brazo...
Totò, fue actor, poeta, escritor y sobre todo show man, en una época en que ese concepto todavía no estaba demasiado definido. Ello tenía una ventaja y un inconveniente. Como otros grandes genios de la palabra de la talla de Louis de Funès, Alberto Sordi, Groucho Marx o Cantinflas, y en tiempos presentes pensaría en Robin Williams o Jim Carrey, si se les ataba corto y se les lograba convencer de que siguieran un guión a pies juntillas (cosa muy difícil), uno obtenía una obra de arte. Si por el contrario se les daba carta blanca, el resultado era una colección de sketches que eran puro exceso pero que individualmente no había manera de encajar como película. El motivo es que todos los nombres que he citado, funcionan mejor en el sketch individual, en el monólogo o parodia teatral: 10 minutos de verborrea fabulosa encandilan al público de un café o cabaret, pero cuando tenían que verse sometidos a la disciplina de un filme de hora y media, su humor podía resultar un tanto plomizo, porque todo, absolutamente todo, debía quedar al servicio del artista y el resto del reparto quedaba convertido en mera comparsa por debajo de los caprichos del genio.

En el caso de Totò, este último detalle alcanzaba cotas supinas, desde el momento en que el actor, perdón el Artista obligaba a sus compañeros de escena a llamarle “Excelencia”. La razón es que Totò fue el hijo no reconocido de un noble, de un príncipe italiano. Uno de esos príncipes tan típicamente italianos que tan bien bordó Vittorio de Sica en películas como “El Conde Max”. Es decir, nobles, que vivían de pasear su título, pero que no tenían una lira que echarse a la boca.

Sin embargo, este detalle obsesionó a Totò, que se pasó gran parte de su vida luchando para conseguir ser reconocido. Lo logró y como le cogió gusto a la cosa, se dedicó a pagar a ciento y un abogados que le ayudasen a conseguir títulos y más títulos nobiliarios, que gustosamente los nobles arruinados le cedían. Llegó un momento que Totò acumuló más títulos que toda la Casa Real al completo.
El Príncipe Totò se hizo el señor de la escena italiana. En cualquiera de sus películas en seguida entendemos por qué: carácter. Si Vittorio Gasman encarna al simpático seductor marrullero; Alberto Sordi al apocado romántico a veces y muchas otras al Don Juan de tercera o Nino Manfredi, el “más español de los actores italianos”, al pobrecito oficinista urbano, sin arte ni beneficio, con tanto acierto que Berlanga le fichó para el desgraciado personaje de “El Verdugo”, Totò simboliza al gruñón, al cabezota que no atiende a razones y que resulta triunfante precisamente por ser más terrible que Paco Martínez Soria en “Don Erre que Erre”.

Ese personaje de cabezota, brilló en los años 40 y 50 con una serie de geniales filmes que parodiaban la situación de la empobrecida Italia de la posguerra. El mercado negro, los nuevos ricos, los ladrones de tercera, los chanchullos gubernamentales, la corrupción eclesiástica. Nada escapaba a este pequeño caballero de ojos saltones, nariz y mentón prominente, que gustaba de lucir peluquín, sombrero y bufanda como signos distintivos. Sin embargo, como otros grandes de la talla de Chaplin, cuando Totò se ponía seductor, no le importaba asaltar a cualquier mujer despampanante. Todas caían a sus pies, enamoradas de este sátiro, de esta marioneta que parecía salida de la Comedia del Arte, que cultivó en su juventud.

Y como otros grandes, la vida artística de Totò era la más feliz para él. En lo privado tuvo escarceos con muchas mujeres y al igual que le sucediera a Chaplin o Cantinflas, alguna se suicidó por él, tal era su magnetismo. Y como otros grandes también, a pesar de esa vida de vino y rosas, Totò era un hombre solo, apegado a sus costumbres, al que no se le conocían amigos, más allá del plató, y sabiendo cómo son de familiares los italianos, con ese concepto tan estricto del hombre y su familia, eso fue devastador para él. La depresión se apoderó del artista y una ceguera progresiva estuvo a punto de acabar con su carrera, pero el Príncipe Totò era un hombre de armas tomar y allí donde otros se habrían rendido, él siguió actuando infatigable, inventando los guiones a veces, y otras haciendo que otros se los recitasen, de manera que sólo unos pocos allegados supieron sus problemas con la vista.

Y ese hombre que apenas veía con un solo ojo, tuvo la oportunidad de protagonizar la primera película en color de Italia, “Totò a colores” en 1952. Un filme en color, el primero del país, no podía tener más título que su propio nombre.

Después de ello, tuvo escarceos con la televisión, llegando a tener su propio show, en el que creó una especie de trasunto Stan Laurel en cuanto a la vestimenta: traje negro, corbata de lazo y bombín, pero sin renunciar a la personalidad incisiva y terrible de su juventud. El show no resultó demasiado bien porque Totó quiso atacar a todo y a todos desde la pequeña pantalla. No dejar títere con cabeza y eso en un medio al tenían acceso millones de personas y en un país como Italia, no estuvo bien visto.

El temible sátiro italiano se despidió de los escenarios de la vida en 1967. Su funeral fue un acontecimiento nacional seguido por unas doscientas mil personas. No podía haber sido de otro modo. Un artista de su talla merecía un público como aquel y estoy seguro que de haber podido, Totò habría abierto de su ataúd, y a grito pelado habría soltado uno de sus impagables monólogos que habrían hecho sonrojar a los poderosos ¿Por qué no lo hizo? Simplemente porque a su Excelencia no le apetecería y prefirió reservarse para cantarle las cuarenta a San Pedro, quejándose del tráfico que había tenido que soportar para llegar al cielo y de lo duros que estaban los fideos que cocinan los ángeles.
Recuperando la idea que indicaba al principio, para recomendar filmes de Totò hay que diferenciar dos categorías: los filmes hechos para su puro lucimiento, en el que él es el único gallo del corral, la mayoría con su nombre en el título como reclamo para el público y los más equilibrados, al trabajar con otros grandes genios de la escena italiana y en los que aceptó “domesticarse” a favor de una buena historia. Yo recomendaría especialmente los segundos.

En esta segunda categoría, cualquiera de sus filmes junto a Peppino de Filippo son una pequeña obra de arte. Peppino de Filippo, aunque hoy es menos recordado que Totò, se le podía igualar al primero en cuanto a talento y verborrea. Sus batallas dialécticas son una joya. Destaca especialmente, “Totò, Peppino y la mala mujer” (1956), en que ambos interpretan a dos malhumorados hermanos terratenientes, provincianos a más no poder, que intentan apartar a su sobrino del mal camino, al enamorarse éste de una cabaretera. Una de las mejores secuencias del filme, en que ambos escriben una taxativa carta a la chica ofreciéndole dinero para que deje a su sobrino, fue homenajeada por Roberto Benigni y Adriano Celentano en 1985 en un prograna de humor para la TV a modo de tributo a Totò y Peppino.
Si tuviera que quedarme con un solo filme de Totò probablemente sería con éste.

En este segundo grupo es imprescindible “Totò busca piso” (1950), en la piel de un humilde padre de familia numerosa que al quedarse sin hogar, y tras agotar todas las posibilidades de encontrar vivienda, se ve obligado a irse a vivir… ¡al cementerio!
“Guardias y Ladrones” (1951), en la que interpreta a un ladrón-padre de familia que tiene una guerra particular con el policía del barrio. Policía y timador, dos caras de la misma moneda, en un brillante trabajo de Totò y Aldo Fabrizzi como el policía. Un pequeño gran filme, pleno de momentos para recordar, como las secuencias familiares del policía y el ladrón y las pocas diferencias que hay entre ambas. Los dos quieren sacar a los suyos adelante, aunque cada uno a su manera.
“Totò y Pablito” (1958), junto a Pablito Calvo. Una de esas producciones de actor con niño, aunque la candidez del inolvidable protagonista de “Marcelino Pan y Vino” hace muy recomendable su visionado.

“La Ley es la ley” (1958). Producción bastante similar a “Guardias y Ladrones”. En esta ocasión, aunque Totò sigue siendo el timador de poca monta, el rol de policía lo asume el actor francés Fernandel, en una trama de equívocos situada en plena frontera entre Francia e Italia.
“Rufufu” (1958). Aunque la presencia de Totò apenas es un cameo y los que se llevan el gato al agua son el resto del reparto de cinco estrellas (Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni y una debutante Claudia Cardinale), el personaje y aparición de Totò, encarnando a un viejo ladrón retirado luciendo el sombrero de ala ancha y la eterna bufanda característica del artista que antes citábamos y que enseña a las nuevas generaciones el oficio, es una maravilla. Arrepentíos si no habéis visto nunca esta película, tan grande que hasta en USA la homenajearon casi literalmente en "Bienvenidos a Collinwood" con George Clooney intentando hacer de... Totò.

“Totò contra los cuatro” en 1963. Un festival del actor, como atabalado comisario de policía que al tiempo que combate a las bandas locales, tiene que enfrentarse a distintos problemas domésticos al ser él mismo víctima de distintos robos.
En 1966 rueda en España “Totò de Arabia”, una comedia de espías, que parodia el género de James Bond y en la que aparece José Luís López Vázquez. Es una película bastante menor, pero al menos le podemos disfrutar como protagonista absoluto, en una época en la que el actor prácticamente sólo se limitaba a cameos.

En esta misma temática de robos, tan típica de los años 60, destaca “El Oro de San Genaro” de 1966. Protagonizada por Nino Manfredi y en la que su presencia vuelve a ser un pequeño cameo, en la piel de otro ladrón veterano.
Por último, aunque sólo apta para aficionados al cine experimental y psicodélico de los 60, “Pajaritos y Pajarracos” de Pier Paolo Passolini. Una de sus últimas películas rodada en 1966, en la que Totò encarna a un padre que junto a su hijo recorren el extrarradio, un espacio geográfico indeterminado acompañados de un cuervo que habla y que les va sermoneando sobre la filosofía del marxismo. Filme complejo y difícil, pero en el que el actor hace una de sus mejores interpretaciones y con una peculiar y originalísima banda sonora de Ennio Morricone.

En el primer grupo de filmes, de la categoría Totó superstar en solitario, destaca “El Monje de Monza” de 1963. La premisa de la historia es genial: un humilde zapatero se hace pasar por sacerdote errante junto a su interminable tropa de niños pequeños para conseguir que les den limosna. El azar les lleva a tener que pernoctar en el castillo de un terrible noble que tiene secuestrada a su cuñada para forzarla a casarse con ella. El filme se pierde en los excesos propios del artista pero tiene algunas secuencias de lo más hilarantes. A destacar por el hecho de ser una de las primeras películas de Adriano Celentano, que vestido de monje se marca una canción de lo más marchoso.

Incluiría también otro gran festival de excesos, en el que Totò prácticamente emula a Peter Sellers y a Alec Guinnes como genio del disfraz, “Totò Diabolicus” (1962), en el papel de un asesino de mil caras que asume las caracterizaciones más delirantes para cometer sus crímenes. El filme resiste muy bien la comparación con "Ocho sentencias de Muerte", con un Totò desbocado, amo absoluto de la función.

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