Pequeño Flynn
Miembro habitual
Os propongo la escucha del Agnus Dei de la Missa Solemnis de Beethoven. Esto no pretende ser una guía de audición al uso, ni yo soy ningún especialista en música clásica; sólo son algunas impresiones personales que pueden ayudar a entrar en este tipo de música. Disculpad la extensión, pues en principio el post iban a ser dos párrafos, pero al final se ha alargado hasta límites difícilmente soportables.
Pero bueno, ya que está escrito, espero que pueda servirle a alguien.
La Missa Solemnis es una de las composiciones más importantes de Beethoven; aunque para el gran público son mucho más conocidas sus sinfonías o algunas piezas para piano. Escrita en 1818, se inscribe en su tercera etapa o “época esotérica”, en la que el compositor escribió algunas de sus obras más trascendentes. Si siempre se ha considerado a Beethoven el puente entre clasicismo y romanticismo, en su última etapa su música da lugar a algo absolutamente nuevo que está preludiando la gran ruptura musical del siglo XX. De hecho, algunas de estas piezas no serán entendidas por sus contemporáneos y tendrán que pasar muchas décadas hasta que sean rehabilitadas. Seguramente, el ejemplo más claro sea la Gran Fuga, obra para cuarteto de cuerda, poderosísima pero de difícil escucha, que generó un rechazo generalizado en su época (el asunto está reflejado con acierto en el tramo final de Copying Beethoven).
Beethoven, ya casi totalmente sordo, aislado cada vez más del mundo, está inmerso en un período creativo que supera todo lo que se había hecho hasta entonces. Amante ante todo de la libertad, aplaudió la revolución francesa y se ilusionó con los ecos de fraternidad que llegaban de Francia. De hecho, parece que algunas melodías usadas en sus sinfonías están tomadas de temas populares que se tocaban durante la revolución; y frente al carácter monumental que le han dado los directores más clásicos, ahora se está valorando la capacidad “revolucionaria” de una música hija de las ideas ilustradas y liberales, con un mensaje de esperanza ante la nueva sociedad. Sin embargo, pronto llegará Napoleón y las tierras de Europa se verán de nuevo envueltas en una guerra. Cuando Bonaparte se proclama Emperador, Beethoven, antiguo admirador suyo, cambia el nombre de su tercera sinfonía (Bonaparte) por la de “Heroica”. No obstante, el ideal beethoveniano de fraternidad y de libertad seguirá siempre presente en su obra, siendo su máximo exponente el último movimiento de su novena sinfonía, la adaptación de la Oda a la alegría de Schiller, con la que comenzaba un nuevo período en la historia de la música.
Musicalmente, Beethoven había desbordado el marco de la sinfonía clásica, y en su última etapa se adentra por unos caminos totalmente desconocidos para la música occidental hasta el momento. Estudia el barroco –sus grandes fugas, sus composiciones polifónicas- y lo reinterpreta de una manera totalmente personal, objetiva, matemática, dando lugar a estructuras musicales que tenían que chocar, a la fuerza, con el gusto de su época. “Quiero escribir una música que salga de las tripas”, comentó en alguna ocasión; y vaya si lo hizo. Sus últimas obras están llenas de desasosiego, de nerviosismo, de angustia, mezcladas a la vez con las más bellas melodías que Beethoven escribiera nunca. En este contexto es donde debemos inscribir la escritura de la Missa Solemnis.
Aunque proyectada para un encargo, la obra alcanzó tales dimensiones que no pudo acabarse para la fecha prevista. Y aunque se hubiera acabado, me temo que nunca hubiera sido interpretada en una iglesia. En efecto, la Missa Solemnis no es una misa como tal, sino una grandísima sinfonía religiosa en la que Beethoven (creyente, pero a su manera) nos muestra su personalísima relación con Dios y sus inquietudes espirituales. Comienza a surgir el artista contemporáneo, que habla de sí mismo a través de sus obras y deja de ser un artesano a las órdenes de un mecenas.
Como todas las misas, se divide en Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus (y Benedictus) y Agnus Dei. Al ser una obra tan larga, nos centraremos en el Agnus Dei, el último y más breve movimiento.
El Agnus Dei, cantado al final de la misa, antes de la comunión, es una súplica a la misericordia de Dios. Su letra es muy breve:
Agnus Dei,
qui tollis peccata mundi,
miserere nobis.
Agnus Dei,
qui tollis peccata mundi,
miserere nobis.
Agnus Dei,
qui tollis peccata mundi,
dona nobis pacem.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz.
Este es el fragmento, subido a 128 kbps en goear:
[GOEAR]http://www.goear.com/listen/73978f2/Agnus-Dei-Beethoven[/GOEAR]
Como no soy capaz de que me funcione el reproductor incrustado, os dejo el link que sí funciona:
http://www.goear.com/listen/73978f2/Agnus-Dei-Beethoven
Comienza la obra. Cuerdas y metales crean una atmósfera sombría y desesperanzada, que sirve de pórtico a la entrada del solista (00:16). El bajo comienza una melodía dilatada, de notas largas en un registro bastante grave: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo…”. Si os fijáis, las notas van descendiendo hasta peccata mundi. Los pecados del mundo pesan mucho, Beethoven parece no demostrar demasiada esperanza en la redención de la humanidad. En 00:54 entra el coro, tan carente de esperanza como el solista. En 1:00, comienza el miserere. Ten piedad. Lo repite tres veces, cada una de ellas en un registro más alto y acompañada por el coro. Es un grito de Beethoven que se va elevando al cielo, pero vuelve a un sombrío nobis (de nosotros). Ten piedad de esta humanidad sombría.
Tras un pequeño puente instrumental, entran de nuevo las voces en 1:56. Esta vez es un dúo de contralto y tenor. La música va perdiendo graves progresivamente y comienza una hermosísima melodía a dos voces, esta vez sí, llena de verdadera súplica. Fijaos en el miserere que comienza la contralto en 3:02. Cómo se alarga esa palabra, cómo mientras pide piedad las cuerdas atacan con un violento acompañamiento en los graves.
En 3:27 entra otra vez la voz, esta vez de soprano. Si recordáis, la obra empezó con un bajo, luego pasó a contralto y tenor, y ahora soprano. Es decir, cada vez es más aguda, más alta. Es un recurso muy usado en música para expresar la ascensión, la luminosidad. La música va perdiendo dramatismo y pesadez, y va elevándose. Ahora sí sentimos que las súplicas de la humanidad pueden llegar a Dios. Comienza una de las más bellas creaciones de Beethoven, una melodía a tres voces, heredera del barroco, que es una verdadera súplica de piedad y de perdón, con unos comentarios dulcísimos en las cuerdas y en el coro, que poco tienen que ver con el tono inicial de la obra. A partir de 4:55 el tono de piedad y dulzura se intensifica con las melodías ligadas de los violines acompañando al coro y los solistas. Cumbre absoluta de la escritura beethoveniana.
Sin embargo, a partir de 5:37 algo cambia. Las cuerdas vuelven al registro grave, algo titubeantes. El tercer Agnus Dei es atacado por todo el coro, de una manera algo entrecortada. Comienza una nueva melodía, mucho más acentuada que la anterior. A partir de 6:00 los violines comienzan un movimiento nervioso y circular. ¿Qué está pasando? Hemos entrado en una parte nueva de la obra. La súplica por la misericordia ha terminado, y ahora comienza la petición de paz. Por momento, la música se va haciendo más potente, asciende, se arremolina, el coro proclama cada vez más fuerte su súplica. En 6:46 entran en grave los bajos, al unísono, acompañados por las cuerdas: Dona nobis pacem. Solistas y coro se solapan pidiendo paz, de una forma cada vez más apresurada, hasta que en 7:23 el coro y la orquesta atacan fortísimo, repitiendo dos veces la misma palabra: pacem, pacem.
Y tras esta luminosidad, de nuevo vuelven los presagios en 7:47. La atmósfera cambia radicalmente, sin previo aviso. Un pequeño redoble de percusión precede a un arranque nervioso de las cuerdas; y a partir de 7:53 podemos oír los ecos lejanos de unas trompetas que, junto con los tambores, nos recuerdan a un ambiente militar. ¿Se prepara una batalla, estamos oyendo los ecos de una guerra? Así lo parece. Y, en 7:58, comienza la parte más espectacular de toda la pieza. Beethoven vuelve a introducir el miserere en todas las voces. Pero ya no son voces que cantan. Son voces que gritan, que se retuercen en el dolor, ahogadas por los instrumentos. Es un fragmento de una modernidad asombrosa. La percusión y los metales adquieren todo el protagonismo en la instrumentación, creando una atmósfera dura, casi de marcha militar.
Sin embargo, poco a poco, logra imponerse de nuevo el dona nobis pacem frente a los murmullos de guerra. Se recupera la melodía anterior, aunque con numerosas variaciones hasta 10:19. Comienza una nueva melodía, más optimista y afirmativa, luminosa (reforzada por el sonido de las flautas), que por momentos parece un poco juguetona, hasta un último estallido en 10:55, con el coro y la percusión en primer plano pidiendo de nuevo la paz. Se repite la idea, la palabra paz de manera obsesiva. La música se va liberando de los presagios y la paz cada vez se reafirma más. Sólo a partir de 12.36 hay un pequeño repunte de los tambores de guerra, que son ahogados por el luminoso coro, acabando la obra con un tono afirmativo, de esperanza en el futuro de la humanidad. Que no es poco.
La interpretación en la que me he basado, y la que se puede escuchar en el reproductor de goear, es la dirigida por John Eliot Gardiner, con The Monteverdi Choir y The English Baroque Soloists.


La Missa Solemnis es una de las composiciones más importantes de Beethoven; aunque para el gran público son mucho más conocidas sus sinfonías o algunas piezas para piano. Escrita en 1818, se inscribe en su tercera etapa o “época esotérica”, en la que el compositor escribió algunas de sus obras más trascendentes. Si siempre se ha considerado a Beethoven el puente entre clasicismo y romanticismo, en su última etapa su música da lugar a algo absolutamente nuevo que está preludiando la gran ruptura musical del siglo XX. De hecho, algunas de estas piezas no serán entendidas por sus contemporáneos y tendrán que pasar muchas décadas hasta que sean rehabilitadas. Seguramente, el ejemplo más claro sea la Gran Fuga, obra para cuarteto de cuerda, poderosísima pero de difícil escucha, que generó un rechazo generalizado en su época (el asunto está reflejado con acierto en el tramo final de Copying Beethoven).
Beethoven, ya casi totalmente sordo, aislado cada vez más del mundo, está inmerso en un período creativo que supera todo lo que se había hecho hasta entonces. Amante ante todo de la libertad, aplaudió la revolución francesa y se ilusionó con los ecos de fraternidad que llegaban de Francia. De hecho, parece que algunas melodías usadas en sus sinfonías están tomadas de temas populares que se tocaban durante la revolución; y frente al carácter monumental que le han dado los directores más clásicos, ahora se está valorando la capacidad “revolucionaria” de una música hija de las ideas ilustradas y liberales, con un mensaje de esperanza ante la nueva sociedad. Sin embargo, pronto llegará Napoleón y las tierras de Europa se verán de nuevo envueltas en una guerra. Cuando Bonaparte se proclama Emperador, Beethoven, antiguo admirador suyo, cambia el nombre de su tercera sinfonía (Bonaparte) por la de “Heroica”. No obstante, el ideal beethoveniano de fraternidad y de libertad seguirá siempre presente en su obra, siendo su máximo exponente el último movimiento de su novena sinfonía, la adaptación de la Oda a la alegría de Schiller, con la que comenzaba un nuevo período en la historia de la música.
Musicalmente, Beethoven había desbordado el marco de la sinfonía clásica, y en su última etapa se adentra por unos caminos totalmente desconocidos para la música occidental hasta el momento. Estudia el barroco –sus grandes fugas, sus composiciones polifónicas- y lo reinterpreta de una manera totalmente personal, objetiva, matemática, dando lugar a estructuras musicales que tenían que chocar, a la fuerza, con el gusto de su época. “Quiero escribir una música que salga de las tripas”, comentó en alguna ocasión; y vaya si lo hizo. Sus últimas obras están llenas de desasosiego, de nerviosismo, de angustia, mezcladas a la vez con las más bellas melodías que Beethoven escribiera nunca. En este contexto es donde debemos inscribir la escritura de la Missa Solemnis.
Aunque proyectada para un encargo, la obra alcanzó tales dimensiones que no pudo acabarse para la fecha prevista. Y aunque se hubiera acabado, me temo que nunca hubiera sido interpretada en una iglesia. En efecto, la Missa Solemnis no es una misa como tal, sino una grandísima sinfonía religiosa en la que Beethoven (creyente, pero a su manera) nos muestra su personalísima relación con Dios y sus inquietudes espirituales. Comienza a surgir el artista contemporáneo, que habla de sí mismo a través de sus obras y deja de ser un artesano a las órdenes de un mecenas.
Como todas las misas, se divide en Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus (y Benedictus) y Agnus Dei. Al ser una obra tan larga, nos centraremos en el Agnus Dei, el último y más breve movimiento.
El Agnus Dei, cantado al final de la misa, antes de la comunión, es una súplica a la misericordia de Dios. Su letra es muy breve:
Agnus Dei,
qui tollis peccata mundi,
miserere nobis.
Agnus Dei,
qui tollis peccata mundi,
miserere nobis.
Agnus Dei,
qui tollis peccata mundi,
dona nobis pacem.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz.
Este es el fragmento, subido a 128 kbps en goear:
[GOEAR]http://www.goear.com/listen/73978f2/Agnus-Dei-Beethoven[/GOEAR]
Como no soy capaz de que me funcione el reproductor incrustado, os dejo el link que sí funciona:
http://www.goear.com/listen/73978f2/Agnus-Dei-Beethoven
Comienza la obra. Cuerdas y metales crean una atmósfera sombría y desesperanzada, que sirve de pórtico a la entrada del solista (00:16). El bajo comienza una melodía dilatada, de notas largas en un registro bastante grave: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo…”. Si os fijáis, las notas van descendiendo hasta peccata mundi. Los pecados del mundo pesan mucho, Beethoven parece no demostrar demasiada esperanza en la redención de la humanidad. En 00:54 entra el coro, tan carente de esperanza como el solista. En 1:00, comienza el miserere. Ten piedad. Lo repite tres veces, cada una de ellas en un registro más alto y acompañada por el coro. Es un grito de Beethoven que se va elevando al cielo, pero vuelve a un sombrío nobis (de nosotros). Ten piedad de esta humanidad sombría.
Tras un pequeño puente instrumental, entran de nuevo las voces en 1:56. Esta vez es un dúo de contralto y tenor. La música va perdiendo graves progresivamente y comienza una hermosísima melodía a dos voces, esta vez sí, llena de verdadera súplica. Fijaos en el miserere que comienza la contralto en 3:02. Cómo se alarga esa palabra, cómo mientras pide piedad las cuerdas atacan con un violento acompañamiento en los graves.
En 3:27 entra otra vez la voz, esta vez de soprano. Si recordáis, la obra empezó con un bajo, luego pasó a contralto y tenor, y ahora soprano. Es decir, cada vez es más aguda, más alta. Es un recurso muy usado en música para expresar la ascensión, la luminosidad. La música va perdiendo dramatismo y pesadez, y va elevándose. Ahora sí sentimos que las súplicas de la humanidad pueden llegar a Dios. Comienza una de las más bellas creaciones de Beethoven, una melodía a tres voces, heredera del barroco, que es una verdadera súplica de piedad y de perdón, con unos comentarios dulcísimos en las cuerdas y en el coro, que poco tienen que ver con el tono inicial de la obra. A partir de 4:55 el tono de piedad y dulzura se intensifica con las melodías ligadas de los violines acompañando al coro y los solistas. Cumbre absoluta de la escritura beethoveniana.
Sin embargo, a partir de 5:37 algo cambia. Las cuerdas vuelven al registro grave, algo titubeantes. El tercer Agnus Dei es atacado por todo el coro, de una manera algo entrecortada. Comienza una nueva melodía, mucho más acentuada que la anterior. A partir de 6:00 los violines comienzan un movimiento nervioso y circular. ¿Qué está pasando? Hemos entrado en una parte nueva de la obra. La súplica por la misericordia ha terminado, y ahora comienza la petición de paz. Por momento, la música se va haciendo más potente, asciende, se arremolina, el coro proclama cada vez más fuerte su súplica. En 6:46 entran en grave los bajos, al unísono, acompañados por las cuerdas: Dona nobis pacem. Solistas y coro se solapan pidiendo paz, de una forma cada vez más apresurada, hasta que en 7:23 el coro y la orquesta atacan fortísimo, repitiendo dos veces la misma palabra: pacem, pacem.
Y tras esta luminosidad, de nuevo vuelven los presagios en 7:47. La atmósfera cambia radicalmente, sin previo aviso. Un pequeño redoble de percusión precede a un arranque nervioso de las cuerdas; y a partir de 7:53 podemos oír los ecos lejanos de unas trompetas que, junto con los tambores, nos recuerdan a un ambiente militar. ¿Se prepara una batalla, estamos oyendo los ecos de una guerra? Así lo parece. Y, en 7:58, comienza la parte más espectacular de toda la pieza. Beethoven vuelve a introducir el miserere en todas las voces. Pero ya no son voces que cantan. Son voces que gritan, que se retuercen en el dolor, ahogadas por los instrumentos. Es un fragmento de una modernidad asombrosa. La percusión y los metales adquieren todo el protagonismo en la instrumentación, creando una atmósfera dura, casi de marcha militar.
Sin embargo, poco a poco, logra imponerse de nuevo el dona nobis pacem frente a los murmullos de guerra. Se recupera la melodía anterior, aunque con numerosas variaciones hasta 10:19. Comienza una nueva melodía, más optimista y afirmativa, luminosa (reforzada por el sonido de las flautas), que por momentos parece un poco juguetona, hasta un último estallido en 10:55, con el coro y la percusión en primer plano pidiendo de nuevo la paz. Se repite la idea, la palabra paz de manera obsesiva. La música se va liberando de los presagios y la paz cada vez se reafirma más. Sólo a partir de 12.36 hay un pequeño repunte de los tambores de guerra, que son ahogados por el luminoso coro, acabando la obra con un tono afirmativo, de esperanza en el futuro de la humanidad. Que no es poco.
La interpretación en la que me he basado, y la que se puede escuchar en el reproductor de goear, es la dirigida por John Eliot Gardiner, con The Monteverdi Choir y The English Baroque Soloists.
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