En la primera escena del primer episodio de ‘Black Mirror’, un teléfono suena en un dormitorio a oscuras. El dormitorio es el del primer ministro británico y la llamada intempestiva trae el siguiente mensaje: la princesa ha sido secuestrada. En la segunda escena, el mandatario (ficticio, evidentemente), rodeado de su gabinete de crisis, ve el vídeo que el secuestrador de la royal (tambén ficticia) ha colgado en Youtube. En él, la prueba de que el secuestro no es un montaje y una petición insólita: la chica sólo será liberada si el político accede a mantener relaciones sexuales ante las cámaras y en directo para todo el país. Con un cerdo.
Sólo llevamos cinco minutos de serie (por eso el párrafo anterior no es un spoiler, tranquilos) y ya se nos ha desencajado la mandíbula. Al menos a mí. ¡¡¡¿Quéeeeeeeeeeeeee?!!! ¡¡¡¿Cómooooooo?!!! El primero de los tres episodios (autoconclusivos, pero relacionados) de la nueva serie de Charlie Brooker, creador de la curiosa ‘Dead Set,’ deja bien claro que el noventa por ciento de los que dicen arriesgarse en la televisión actual son, a su lado, unos principiantes. O que él es un kamikaze, un macarra y un loco, que también puede ser.
