Se llama equidistancia, esa palabra que te sirve para marcar distancia de la decencia, de la integridad, de la ética, de los principios. Te equidistas y listo. A dormir tranquilo. Lo justo me lo paso por el culo. Los políticos se equidistan, los contertulios se equidistan, los cobardes se equidistan y así pasan los días en las sociedades podridas.
Los problemas no se sortean, se enfrentan y no con mano izquierda o con mano dura sino con las dos manos. Implacable con los malos, benevolente con los buenos, inmisericorde con los traidores y generoso con los héroes. La sociedad ha de ser una columna indeformable, un sostén incorrupto, ejemplo a seguir y advertencia para los díscolos que la quieran ultrajar. Ha de ser la bota que pisotee a quienes la quieran tumbar. La equidistancia es un virus, los poros de una piedra pómez por el que se cuela el veneno en las entrañas de la sociedad. Los equidistantes, en su buena voluntad, en su cobardía camuflada, solo ahuyentan de su cabeza el fantasma temporal de una derrota. Cuando vengan a por ellos serán los más fáciles de matar.