SPOILERS... o algo.
Mi auténtica heroína de la película no ha sido tanto Kaya como la perra, que desde el principio parece futura merienda de caimanes, pero que tira para adelante como una campeona al igual que su dueña. Aceptable serie B que va de menos a más, el buen hacer del franchute tras la cámara salva la función, con mucha habilidad a la hora de aportar tensión y adornarla con ramalazos gore, sumando cine catastrófico a la fórmula, con inundación, huracán… y unos protagonistas que sortean unos obstáculos cada vez más inverosímiles; el tramo final, entre pasillos llenos de agua y luces de neón por ahí, demuestra que Ajá encuentra su punto fuerte en el manejo del espacio (buen tanto la estructura en “niveles”, que obliga a padre e hija a ir ascendiendo desde el sótano hasta la parte alta de la casa). Hasta hay algún detalle a lo Raimi (se nota que produce), con esos insectos cayéndole encima a la muchacha, o la guarida del lagartijo (crías incluidas) que parece un entorno lúgubre y gótico.
Lo más flojo con diferencia no hace falta decir que es la trama familiar y de superación, que parece estar ahí con el único fin de dar una cierta entidad a los personajes y evitar que la cosa parezca abiertamente un puto videojuego. Más allá de ésto, es simple y burda como ella sola, pues ni este señor (Ajá) ni sus guionistas son Spielberg, ni Shyamalan (auténticos maestros a la hora de insertar el factor humano en cualquier premisa de terror-fantástica). El surrealismo del asunto y el dejar el cerebro en la puerta lo tenemos más que asumido, con dentelladas y zarandeos de unos bichos que lo mismo te rompen un brazo o te dejan una simple heridita, según tengan el día... por no hablar de la típica resistencia sobrehumana de gente hecha un guiñapo. Y ya puestos, ojalá hubieran explotado un poco más la vertiente cómica (el ladrón de la tienda dándole un bocado a un frankfurt mientras sus amiguitos son devorados en el exterior). Sin ser ninguna joya, bien puede tener un pase.