Estaría entre un “Abierto hasta el amanecer” y el cine de Carpenter, aunque ya quisiera ser este tío el autor de “La cosa” por mucho que haga homenajes y se sirva de travellings virtuosos.
Dedica un primer tercio a las presentaciones y a forjar las relaciones en un reparto muy coral para pasar a la tan conocida situación de encierro y a la lucha contra los chupasangres, donde entran en juego tanto el desfase sangriento como las suspicacias y artimañas varias. En cierto modo es película bastante tontorrona pese a sus puntuales aires de importancia, a la que no le importa rematar con una descabellada secuencia de acción con el notas cargándose él sólo a un centenar de garrulos.
Como pega, diría que tiene un look fotográfico excesivamente limpio y artificial cual filtro “vintage”, y unos efectos digitales cutres que directamente se cargan la climática secuencia final y hacen añorar unos modos más artesanales (en especial en cuanto al tipo de cine que se está referenciando). Y como Coogler es un director Marvel, se ve que no puede resistirse a la tontería de las “escenas post-créditos”… pues vale. Acaba habiendo, por lo tanto, un cierto encuentro o reconocimiento final, un instante de libertad y de memoria compartida pese a todo.
Los dos hermanos vuelven al pueblo, un microcosmos rural y racial sin mucho que ver con la mentalidad del dinero fácil y obtenido ilícitamente, que incluso trasciende lo ideológico (dos negros tratando sin más con… el Klan) para revelarse como una mentira. La idea de ser corrompido y dejarse llevar por el mal tiene su recorrido en un film que alterna momentos musicales con el puro género, el “coming on age”..., y que expone, discursivamente y varias veces incluso, esa idea del artista como rapsoda o invocador de presencias atemporales, un cantor del alma de los pueblos pero a la vez alguien maldito que juega con fuerzas malignas, en lo que parece una mezcla del cristianismo con creencias místicas ancestrales; la tan flipada escena de los “ancestros” plantea esa especie de mistificación tradicionalista e identitaria de las culturas nativas. El vampirismo sería el extremo contrario, es decir, la famosa “apropiación cultural” tal vez, la industria musical, el meme o la degradación de culturas despersonalizadas, reducidas a mero folclorismo y estribillo fácil, cuyo combustible es la autenticidad del artista genuino que no vende su alma, ese compromiso con uno mismo que sería el único acto de resistencia posible.