Jerry (Ryan Reynolds) es el modélico empleado de una empresa de bañeras en un pueblo pequeño, que anhela el corazón de su compañera de origen inglés (Gemma Arterton), pero antes, debe afrontar sus instintos psicópatas y las voces que oye cotidianamente, procedentes de sus mejores amigos; su perro y su gato, algo así como unos ángeles guardianes sobre los que proyecta las facetas buena y mala de su personalidad…
Mirada al asesino en serie en clave de comedia negra, sobre un perdedor inadaptado a quien interpreta un Reynolds pre-Deadpool y dirigida por la autora de “Persépolis”, a quien sorprende ver metida en esto. Una tontería, película un tanto cutre en un primer vistazo (y en un segundo), pero que acaba revelándose como un estudio de la naturaleza humana y su dualidad, acogiendo a una figura tan demonizada (psico-killer coleccionista, solitario y cosificador de lo femenino) de manera compasiva, aunque no menos terrible y pesimista, rematando eso sí con un delirante y onírico número musical que nos invita a “cantar una canción alegre” en compañía de Jesucristo para afrontar los problemas de la vida... Sin comentarios.
Este Jerry no es realmente malvado, ni siente un deseo real de matar, sólo es un síntoma equívoco de su sentimiento de culpa; las circunstancias, sin embargo, le llevan a caer en ese mal a medida que le estalla en la cara. Un pobre desgraciado, o bien un niño grande y perdido con la necesidad de aislarse de una realidad en el fondo mediocre, aliviada por algunos a golpe de karaoke, o de kárate, a falta de nada mejor... y crear una a su medida, en especial cuando se adentra más y más en el peor de los abismos. Su condición de oyente de voces animales, sin embargo, le convierte en alguien iluminado, incomprendido y con cierto don para percibir lo que nadie más puede.
Como clave del asunto, el síndrome del asesinato piadoso, entendido como acabar con el sufrimiento de la víctima y arraigado en traumas familiares. El exilio, la migración, la religión y cierta inadaptación por esa falta de arraigo tienen alguna presencia y no sé si ahí podemos relacionar algo con la directora, quien extrae bastante de la premisa para contar una comedia romántica macabra, con cabezas y mascotas parlantes, en un intento no tan chorra de entender esas mentes tan torturadas.