Hijos de los hombres y La fuente de la vida son dos películas que a simple vista no podían ser más diferentes, pero en el fondo esconden más de una semejanza. El tratamiento formal de cada una de ellas es personalísimo e imposible de transferir de una a otra. Cuarón nos presenta un mundo vasto y ampliado, pero lleno de agobio, seco y con una aparente simpleza visual (esos planos secuencia) en la que los apuntes macabros destacan aún más. En cambio, Aronofsky nos trae una atmósfera estrecha e íntima, recargada y casi barroca, un apabullante espectáculo visual y sonoro que choca con la tremenda sobriedad de Cuarón. Destacable es el caso de la banda sonora, magníficas en ambos casos pero que ejemplifican lo antes remarcado: sobriedas frente a barroquismo. En este caso, yo me quedo con Clint Mansell y su acojonante Death is the road to awe.
Sin embargo, analizándolas con cuidado nos damos cuenta de que algunas ideas y conceptos están en ambas películas. El principal tema que contemplan es la pérdida, y cada una lo enfoca desde una perspectiva distinta. En una es la pérdida de la humanidad, la muerte del ser humano, y en otra es la pérdida de la persona amada; en ambos casos la soledad, el miedo a que tenga lugar adelanta la muerte hasta nuestros seres más queridos, ya sea acompañándolos en una búsqueda de la salvación o derrochando el tiempo en busca de una manera de evitar dicha pérdida. El resultado es evidente: Theo pierde a todos menos al objeto al que ha venido a salvar, mientras que Tom lo pierde todo menos su propia voluntad de arreglarlo. En ambos casos, la voluntad de no rendirse es el motor de la historia y de sus respectivos viajes de autoconocimiento.
En todo esto, tanto Cuarón como Aronofsky utilizan el tan repetido pero muchas veces fallido recurso del money-scene, el momento del millón de dólares, la escena que el espectador recuerda... en este caso, las dos películas lo multiplican por diez, ofreciendo varias de estas escenas de intensa carga emocional por toda la historia. Cuarón se vale de los ya mencionados planos secuencia para regalarnos algunos momentos excepcionales, que en la mayoría de ocasiones gravitan en torno a la muerte de uno de los personajes; al mismo tiempo, La fuente de la vida se apoya en el mismo torrente nervioso para clavar al público a la butaca con momentos como la explosión emocional en la bañera, la llegada de Tom al árbol o la escalofriante escena del tatuaje.
Y los actores, claro. Clive Owen y Juliane Moore se contagian con la sobriedad de la película dejando que fugaces momentos de emoción extra les saquen la auténtica expresividad, con lo que contrasta un Michael Caine que no se limita a poner el piloto automático como en estos últimos años, sino que carga con un papel poco habitual en él, convertido en el contrapunto cómico-pero-acojonantemente-dramático. De hecho, es como una versión anciana de nuestro querido Doctor Muerte aquí presente. Si esa mujer a la que no puede tocar pero sigue admirando cada día la interpretase Julie Christie, empezaría a asustarme.
Aronosfky, en cambio, carga el peso de su peli en el cada vez más completo Hugh Jackman, un tío que lo mismo levanta una comedia romántica tirando a mediocre, que se gana millones de fans encarnando a una leyenda del tebeo. La Weisz, la verdad, poco tiene que hacer ante el señor Jackman, que se sumerge en el papel de manera impresionante desarrollando tres personalidades con puntos en común y diferencias físicas no tan evidentes (fijaos en la forma de andar de Tomás, Tom y Tommy).
En conclusión: Hijos de los hombres y La fuente de la vida son dos de los mejores títulos de ciencia ficción de los últimos años, y juntos formarían una interesante doble sesión. A lo mejor lo pruebo un día de estos.