Historia: Astronomía en la Edad Moderna. COPÉRNICO

Pequeño Flynn

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Hace unos años hice un trabajo sobre historia de la astronomía para la facultad, y he pensado que a lo mejor os interesa. El pdf tiene 45 páginas, con lo que en vez de ponerlo todo de golpe, voy a intentar dividirlo e irlo colgando por fascículos, con algunas ilustraciones para que no resulte tan tocho. A ver si soy capaz de maquetarlo bien para el foro, porque no sé qué tal quedarán las notas a pie de página y demás. Disculpad el lenguaje, demasiado académico, pero no tengo ganas de volver a redactarlo.

Cuelgo de momento la introducción (que es lo más extenso) y si os interesa el tema, sigo con ello. El trabajo viene a ser un resumen de los cambios producidos en la astronomía desde Copérnico a Newton. Todas las sugerencias o rectificaciones son bienvenidas.


Astrónomos en la Edad Moderna.

1. Introducción

[FONT=&quot] En el año 1687, Isaac Newton publica sus Principia Mathematica, estableciendo las bases de la ciencia moderna. Con sus aportaciones se demostraba, por fin, que el universo se rige por leyes universales y principios mecánicos susceptibles de ser comprendidos por los seres humanos. Es la culminación de un largo proceso iniciado en el siglo XVI con la figura de Copérnico. Será en este marco cronológico, al que se circunscribe nuestro trabajo, en el que se produzcan cambios de tal importancia que lleguen a redefinir los propios conceptos de ciencia y científico.[/FONT]

Nos hemos referido a Copérnico y Newton. Si a estos dos nombres añadimos los de Kepler, Tycho Brahe y Galileo, concluiremos que la astronomía desempeña un papel fundamental en este asunto. En efecto, los principales esfuerzos de los científicos de los siglos XVI y XVII estuvieron encaminados a ofrecer un modelo del universo más ajustado a la realidad que el aceptado hasta ese momento. Veremos cómo al principio de ese arduo camino aún pesaba mucho la tradición teórica clásica, platónica y aristotélica, sistematizada por Ptolomeo; para, poco a poco, ir adquiriendo protagonismo la recogida de datos y las observaciones directas. Ya no estamos tratando con el hombre medieval que se sentía inferior a los clásicos y aceptaba sus enseñanzas casi como un dogma. El humanista, al rescatarlos, se pone a su mismo nivel, rechazando si es preciso sus principios. En este sentido, el hombre de la Edad Moderna va “perdiendo el respeto” a los clásicos en favor de su propia experiencia.

Sin embargo, para comprender la verdadera dimensión de las transformaciones que se produjeron en la astronomía de los siglos XVI y XVII tenemos que remontarnos mucho más atrás en el tiempo. Desde la Prehistoria, el firmamento ha constituido para el hombre una referencia por la que guiarse. Observando los cambios en la posición de las estrellas a lo largo del año se podía seguir el ciclo de las estaciones, lo que resultaba imprescindible en un mundo agrícola para conocer el período de lluvias, la época de siembra y de cosecha. El cómputo del tiempo pronto comenzó a codificarse siguiendo las fases lunares[1], y el Sol era fuente de luz y vida en la Tierra. Por eso no resulta extraño que los primeros cultos religiosos de los que tenemos constancia tengan como deidades fundamentales a los astros; dando lugar a elaboradas mitologías que explicasen los cambios en el cielo.

Tantos milenios de observación han hecho que hayamos interiorizado el discurso de un cosmos ordenado que tiene su origen en la Grecia clásica. En realidad, los científicos son cada vez más conscientes del papel fundamental que el caos juega en el Universo; pero para nuestras observaciones, este modelo sigue siendo de gran utilidad. Llegar hasta él no fue sencillo. Los hombres que se enfrentaran por primera vez a estas cuestiones observarían muchos cambios, aparentemente inconexos, en el cielo. Enumerarlos ahora resultaría demasiado prolijo. Baste decir que se debía contar con el ciclo diario y anual del sol, las fases lunares, la distinta duración de los días y las noches a lo largo de las estaciones, el movimiento aparente de las estrellas a lo largo del año, el “recorrido” del sol y los planetas por las constelaciones zodiacales, así como el complejo movimiento de estos últimos.[2]

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Muchos pueblos de la Antigüedad, como el babilónico o el egipcio, nos han dejado registros de observaciones, que fusionaron con sus mitos o con su literatura. Aunque podían predecir algunos movimientos celestes, fueron los griegos quienes dieron un paso más: se lanzaron a teorizar, construyendo modelos que permitieran comprender racionalmente la estructura y el funcionamiento del universo. En definitiva, modelos que pusieran orden en el caos; que llegaran al cosmos. Hagamos un breve recorrido por aquellos que más han influido posteriormente.

La primera escuela a la que hemos de referirnos es a la de los pitagóricos. Pese a su hermetismo, sabemos que para ellos el principio de todas las cosas era el número. Creían, por tanto, que la matemática era la única ciencia que podía llevar al verdadero conocimiento de la realidad; ya que el universo entero era “armonía y número”. En palabras de Aristóteles:

“…creyeron que los principios de las matemáticas eran los principios de todos los seres. […] Pareciéndoles que estaban formadas todas las cosas a semejanza de los números, y siendo por otra parte los números anteriores a todas las cosas, creyeron que […] el cielo en su conjunto es una armonía y un número.”[3]

Hacemos hincapié en estas cuestiones, ya que serán importantes para comprender el modelo de universo matemático de Copérnico. Por otra parte, la cosmología de esta escuela se completaba con la creencia de una tierra esférica y situada en el centro del universo.

En muchos aspectos, la astronomía platónica será deudora de los principios pitagóricos. Básicamente, el universo de Platón estaba formado por esferas encajadas unas en otras: en el centro, la Tierra, con una capa de agua y aire a su alrededor. En torno a ella, la capa de fuego de los astros (planetas) que gira hacia el Oeste; y al final, la esfera de las estrellas fijas. Pero lo verdaderamente importante es que la división entre el mundo sensible y el mundo de las Ideas hizo que los astros que vemos en el cielo -los del universo sensible- no fuesen sino una imagen del verdadero universo: el inteligible, matemático, eterno e inmutable. En consecuencia, la astronomía debía ocuparse de este último –que era la verdadera realidad-, tomando lo que vemos como una simple imagen para aproximarse a él. Por tanto, es lógico que los movimientos del cielo tuvieran que ser “circulares y uniformes, como corresponde a la eternidad y perfección de los astros divinos”[4]. Esta apreciación marcará toda la Astronomía posterior, hasta la llegada de Kepler y sus órbitas elípticas.

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Aristóteles imprime un nuevo giro a la cosmología[5]. Con la sólida base que le dio el haber pasado 20 años como alumno de Platón en la Academia, parte de la negación de la división entre el mundo sensible y el inteligible. Para él, el mundo cambiante y dinámico en que nos encontramos no es ninguna imagen, sino la verdadera realidad. Sin embargo, el cielo no puede ser explicado con los mismos parámetros; ya que en aquella región del cosmos reina la regularidad y la armonía. Surge así una división, ya perfilada en los pitagóricos[6], entre el mundo sublunar y el supralunar.

El mundo sublunar es la Tierra donde nos encontramos. Como ya hemos visto, está caracterizado por su heterogeneidad y sus cambios continuos. Aquí, los movimientos son finitos y rectilíneos; y se explican desde una perspectiva animista[7] y teleológica. Veámoslo más detenidamente: todos los cuerpos de esta región están formados por cuatro elementos –tierra, agua, aire y fuego-, que son estudiados como si fueran seres vivos que al moverse tienden hacia un fin, consistente en buscar su estado natural de reposo, manteniendo así el orden natural. Por tanto, el geocentrismo de Aristóteles se basa en que la Tierra, al estar compuesta en su mayoría por el elemento tierra, tenderá a ocupar el centro del cosmos, que es su lugar natural.
El mundo supralunar está formado por la Luna, el Sol, las estrellas, y los cinco planetas conocidos hasta entonces –Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno; ya que la Tierra no se consideraba un planeta-. A diferencia de la anterior, esta región del cosmos se caracteriza por la armonía, el orden y la regularidad; debido a que está compuesta de un quinto elemento: el éter, incorruptible y eterno; que otorga al cielo una perfección y una homogeneidad impensables para los cuerpos terrestres. Además, el éter posee un movimiento circular natural y uniforme. Para explicar los movimientos de los planetas, Aristóteles retoma y amplía el sistema de esferas proveniente de Platón y mejorado por Eudoxo de Cnido: éstos no se moverían por sí solos; sino que lo harían las esferas de éter en las que se encuentran.

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El universo aristotélico condicionará el desarrollo de toda la Astronomía medieval y moderna. Habrá que dar un salto hasta el siglo II de nuestra Era para encontrar una obra que tenga una trascendencia similar. Se trata del Almagesto de Ptolomeo que, en realidad no aporta mucho de novedoso. Es cierto que hay elementos nuevos; pero en lo sustancial es una sistematización de los conocimientos adquiridos hasta entonces. El principal problema con que se encontraban los modelos anteriores era encontrar una explicación plausible al movimiento de los planetas. Los “errantes” (pues esto es lo que significa planeta en griego) describían complicadas trayectorias entre las estrellas fijas de las constelaciones zodiacales; sin presentar una velocidad ni una dirección constante: a veces parecían estacionarse y otras retroceder (retrogradación planetaria). La observación sistemática daba lugar a un movimiento en zig-zag que no se correspondía con la teoría de los movimientos circulares y uniformes.

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Retrogradación planetaria. La línea superior se corresponde con la trayectoria del planeta Marte observado desde la Tierra en varias noches sucesivas. Aunque en un momento parece detenerse y retroceder, es tan sólo un efecto de perspectiva. El geocentrismo encontraba en estos movimientos un problema de difícil solución, resuelto mediante un intrincado sistema de epiciclos, deferentes y ecuantes.

Fuente de la imagen: www.espacial.org


En el Almagesto se perfecciona una solución que se conocía ya desde el III a.C., y que lograba conciliar –si bien con algunas irregularidades- los presupuestos teóricos de la cosmología imperante con los datos observacionales. Se trata del sistema epicicloide; consistente en la introducción de una nueva curva dentro de los movimientos planetarios.[8] En su búsqueda de una mayor precisión, Ptolomeo introdujo una variable más: el ecuante.[9] Nos encontramos ante un sistema de cálculos complejísimo que, respetando el geocentrismo y los principios cosmológicos de la tradición griega, era capaz de dar una respuesta satisfactoria a los movimientos del Sol, la Luna y los planetas. La Iglesia lo aceptó y se mantuvo vigente más de un milenio, si bien a costa de ir aumentando progresivamente su complejidad. A grandes rasgos, esta será la herencia que recogerá Copérnico en el siglo XVI.

Ahora veremos cómo todas estas teorías irán cayendo en un proceso imparable, una tras otra, como un castillo de naipes. En primer lugar, la geocéntrica. Después, la que hablaba de la perfección y regularidad de los movimientos circulares. Asistiremos a la constatación de que el mundo supralunar es tan imperfecto como el nuestro. Y, finalmente, veremos cómo se resquebrajan las esferas de Aristóteles. En tan solo doscientos años, se derrumbará un edificio cosmológico milenario.

_____________________________________________________________________________

[1]
Las semanas tienen siete días desde los primeros calendarios, ya que ese es el tiempo que tarda la Luna en superar una fase. Igualmente el año refleja el ciclo de estas fases, repetido doce veces.

[2]
Para estas cuestiones, ver “Los datos observacionales” en ARANA, J.; Materia, Universo, Vida. pp. 298-301. Ed. Tecnos. Madrid, 2001.

[3]
ARISTÓTELES; Metafísica. Ed. Espasa Calpe. Madrid, 1990

[4]
SOLÍS, C.; SELLÉS, M.: Historia de la ciencia. Ed. Espasa. Madrid, 2005.

[5] Para el desarrollo de la cosmología de Aristóteles se ha seguido el texto de DÍEZ DE LA CORTINA, E., en http://www.cibernous.com/autores/aristoteles

[6]
El pitagórico Filolao afirmaba que el Cielo ocupaba un lugar entre la Luna y el fuego central; y en él los cuerpos estaban sometidos a la generación y a la corrupción.

[7]
El animismo ya se encontraba en la astronomía de Platón, al afirmar que el Demiurgo había creado a los astros como seres “divinos, vivientes, eternos, esféricos e ígneos”. (República, 529a-530c). Esta corriente será ampliamente aceptada hasta que los científicos del siglo XVII la sustituyan por el mecanicismo.

[8]
La curva del epicicloide, a pesar de ser cerrada y con bucles, “resulta de la suma de dos movimientos circulares y uniformes, el primero de los cuales se efectúa alrededor de un centro fijo (deferente), mientras que el segundo (epiciclo) posee un centro móvil que recorre con velocidad uniforme la deferente. En “El mundo ptolemaico”. De ARANA, J.: Materia, Universo, Vida. pp. 312-315. Ed. Tecnos. Madrid, 2001

[9]
Los movimientos circulares ya no progresaban a un ritmo uniforme cuando se observaban desde el centro de la órbita ni desde la posición terrestre, sino sólo midiéndolos desde un tercer punto, llamado “ecuante” porque sólo desde él se igualan las velocidades angulares.” Ídem.
 
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Respuesta: Historia: Astronomía en la Edad Moderna

Estupendo trabajo Flynn, a mi me interesa, soy aficionado a la astronomia desde hace muchos años aunque ahora la tengo un poco abandonada.

Y por el lenguaje academico, para nada, se entiende perfectamente no te preocupes. Una vez que te has leido "Apocalipticos e integrados ante la cultura de las masas" de Umberto Eco, puedes leer cualquier cosa y a cuaquier nivel. Que estamos en NoSoloHD, y esto no es Forocoches amigo¡ :ok
 
Respuesta: Historia: Astronomía en la Edad Moderna

A mí también me ha gustado mucho. Es una buena síntesis, y ya espero leer los siguientes.

:ok
 
Respuesta: Historia: Astronomía en la Edad Moderna

:hail

Felicidades, es un GRAN trabajo que promete mucho. :ok

Manu1oo1
 
Respuesta: Historia: Astronomía en la Edad Moderna

Gracias y disculpad que lo haya tenido parado, hasta el fin de semana no me podía poner con ello.
 
Copérnico (1)

2. El universo copernicano. ¿Una cosmología revolucionaria?

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[FONT=&quot] Junto con Galileo y Newton, Copérnico es una de esas figuras que han trascendido su propio tiempo, pasando a formar parte del imaginario colectivo. Sobre ellas se ha hablado mucho, creándose una imagen popular que, en ocasiones, no se corresponde con la realidad. Copérnico ha pasado a la historia como un revolucionario que, con su teoría heliocéntrica, dio al traste con toda la cosmología anterior. Es lugar común asumir que a partir de sus descubrimientos cambió radicalmente la visión que el hombre tenía de su lugar en el universo. Incluso el término “revolución copernicana” ha hecho fortuna, utilizándose para hacer referencia a campos que no tienen nada que ver con la astronomía (así lo hacemos al hablar de la “revolución copernicana de Kant”, por ejemplo).[/FONT]

[FONT=&quot] Sin embargo, algunos autores sostienen que la verdadera historia nos da una imagen bien distinta de Copérnico. Católico, desde la ortodoxia y comodidad de su puesto como canónigo de Frauemburg, desarrollaría lentamente su reforma astronómica sin más pretensiones; casi como un pasatiempo. Por decirlo de alguna manera, sus propios descubrimientos le sobrepasaron, sin que él mismo se diera –o quisiera darse- cuenta de su enorme trascendencia.

[/FONT] [FONT=&quot] Pero antes de poder valorar con criterio lo que significó su obra, es necesario conocer sus hallazgos y, sobre todo, las motivaciones que le hicieron llegar hasta ellos. Copérnico nació en la ciudad polaca de Torun, en el año de 1473. Estudió matemáticas[1] en Cracovia; y más tarde derecho canónico en Bolonia y Ferrara; además de medicina en Padua. Al volver a Polonia, su tío, el obispo de Emerland, le proporcionó una canonjía en Frauemburg; lo que se convertiría en su principal fuente de ingresos hasta su muerte. Polifacético, prototipo del “hombre renacentista”, tuvo pericia en la pintura, hizo un proyecto para reformar el sistema monetario y estudió una reforma del calendario que finalmente no llevó a cabo.

[/FONT] Aunque la astronomía tenía para él un papel secundario, se interesó por ella desde muy pronto. Gracias a sus años de estudio en Italia, conocía los clásicos; y seguramente entró en contacto con la obra de Aristarco de Samos, griego del siglo III a.C., que en su De los tamaños y las distancias del Sol y de la Luna, defendía la teoría heliocéntrica. Los diez siglos de Edad Media habían consagrado el modelo de las esferas como única forma posible de explicar el cosmos. El Almagesto, conocido gracias a su traducción árabe, era considerado la mejor explicación sobre los movimientos planetarios; con el añadido de que coincidía, además, con las Sagradas Escrituras.

[FONT=&quot] A Copérnico, el modelo ptolemaico le parecía muy complicado. Pronto se dio cuenta de que “mediante distintas composiciones y combinaciones de movimientos uniformes podían lograr que un cuerpo pareciera moverse hacia cualquier lugar del espacio”[2] Durante cientos de años, el principal caballo de batalla había sido el movimiento de los planetas; y el elaborado conjunto de deferentes y ecuantes utilizado para describirlo. El sistema de Ptolomeo se revelaba útil para prever los acontecimientos celestes –eclipses, posición de los planetas, etc.- con cierta precisión. Pero no era como debía ser. No se ajustaba completamente a las normas cosmológicas de los movimientos circulares y uniformes. Y, por si fuera poco, su extrema complejidad hacía que estuviese carente de armonía.[3]

[/FONT] Dejando a un lado las cuestiones teóricas, este sistema no era capaz de resolver dos problemas fundamentales: en primer lugar, cada planeta tenía su propio modelo, sus propios epiciclos y su propia excentricidad; sin que existiera una explicación global de todos los movimientos. Por otro lado, la gran excentricidad de la órbita de la Luna hacía que ésta tuviese que variar muchísimo su tamaño aparente; lo cual no sucedía.


2.1. El heliostatismo de Copérnico.

Dando vueltas a estas cuestiones, Copérnico halló una solución tan sencilla como eficaz: dar a la Tierra el movimiento aparente que tenía el Sol en las viejas cosmologías; situando a éste donde antes se encontraba aquélla. No es, por tanto, un sistema heliocéntrico; sino heliostático. El Sol se coloca muy cerca del centro; pero no en el centro mismo.[4] Si observamos el gráfico inferior, extraído del Commentariolus –la primera obra en la que esta teoría quedó impresa; siendo publicada alrededor de 1510- concluiremos que las similitudes con el modelo ptolemaico son más que evidentes. No es, ni mucho menos, una ruptura radical. Las esferas quedan intactas; y los movimientos circulares no se rechazan. “Parecería completamente absurdo que un cuerpo celeste no se moviera uniformemente por un círculo perfecto”. [5]


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No obstante, la cosmología copernicana conllevaba algunos cambios fundamentales:

1.El Sol se detiene, ocupando, a efectos prácticos, un lugar central.

2.La Tierra, antes inmóvil, adquiere ahora tres movimientos: uno diurno, otro anual y otro de precesión.[6] Con ello, podían explicarse fácilmente muchos movimientos y anomalías del sistema ptolemaico -el orden y distancia real de los astros; o la causa de los principales fenómenos planetarios, entre otros-.

3.Los movimientos planetarios consiguen, por fin, explicarse globalmente, al postular que todos ellos giran alrededor de un mismo centro. Esto no significa que el Sol desempeñe ningún papel físico ni geométrico. El heliostatismo no se convertirá en heliocentrismo hasta la llegada de Kepler.

4.El universo se agranda. Al conferir movimiento a la Tierra, deberíamos apreciar un rápido efecto de paralaje en las “estrellas fijas”; similar al que notamos al ir en coche, en el que el paisaje parece quedar atrás. Ante este problema se optó por agrandar el tamaño del universo, suponiendo que la esfera estelar se encontraba mucho más lejos de lo que se había creído hasta entonces; tanto que desde nuestra perspectiva no notaríamos la paralaje.

Lo cierto es que Copérnico logró simplificar el esquema celeste manteniendo intactos los principios fundamentales del modelo ptolemaico. Con el nuevo sistema, la retrogradación planetaria quedaba explicada como un efecto óptico; eliminando así los farragosos deferentes y ecuantes utilizados hasta entonces. No obstante, la armonía del conjunto quedaba un tanto empañada por la introducción de pequeños epiciclos, destinados a corregir algunas irregularidades que se presentaban al suponer que las órbitas de los planetas eran círculos perfectos; cuando en realidad son elipses. A estos efectos, son muy interesantes las palabras de John Gribbin en su Historia de la ciencia:

“Copérnico deseaba un modelo en el que todo se moviera alrededor de un único centro a una velocidad invariable, y este deseo se basaba en razones estéticas, en la misma medida en que podía tener motivaciones de otro tipo. Su modelo pretendía ser un modo de conseguir esto, pero falló por sus propias contradicciones. Colocar el Sol en el centro suponía dar un gran salto, pero aún era necesario que la Luna describiera su órbita alrededor de la Tierra y todavía faltaban los epiciclos para explicar por qué los planetas parecían acelerarse y desacelerarse mientras recorrían sus órbitas.”[7]

Es muy importante comprender las causas del cambio copernicano; ya que estamos a medio camino entre los filósofos de la Antigüedad y los científicos del XVII. A diferencia de estos últimos, sus teorías se basaban en ideas filosóficas neoplatónicas y pitagóricas; y no en los datos empíricos, en la observación y los experimentos, que sólo servían para reforzarlas.

“… Habiendo reparado en estos defectos [de las teóricas planetarias anteriores] me preguntaba a menudo si sería posible hallar un sistema de círculos más racional, mediante el cual se pudiera dar cuenta de toda irregularidad aparente sin tener que postular para ello movimiento alguno distinto del uniforme acerca el centro correspondiente, tal como exige el principio del movimiento perfecto”.[8]

[FONT=&quot] Buscando una mayor armonía cósmica, Copérnico dio con un modelo muy superior; pero que parecía estar en contra del sentido común. La oposición a sus ideas no se hizo esperar.
______________________________________________________________________________


[/FONT]

[FONT=&quot][FONT=&quot][1][/FONT] No olvidemos que en época de Copérnico, la astronomía era una rama de las matemáticas; y como tal, la estudiaría en el quadrivium, aunque no a un nivel profesional.

[/FONT] [FONT=&quot][FONT=&quot][2][/FONT] COPÉRNICO, N. Commentariolus, h. 1510; en SOLÍS, C. y SELLÉS, M. Historia de la Ciencia. Madrid, Espasa, 2005.

[/FONT] [FONT=&quot][3]http://www.nosolohd.com/vb/#_ftnref3 Este es un gráfico simplificado del sistema ptolemaico. Para explicar los movimientos de los planetas utiliza dos movimientos circulares. El primero alrededor de la Tierra, situada en el centro del Universo –si bien para explicar la excentricidad de las órbitas Ptolomeo afirmaba que el verdadero centro no era éste, sino un punto cercano-; y otro que haría cada planeta, independientemente, alrededor de otro centro propio. Se daba así respuesta al misterio que hacía “retroceder” a los planetas en determinadas fechas.

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[/FONT]
[FONT=&quot]Fuente: Canada’s Capital University.[/FONT]​
[FONT=&quot]http://www.carleton.ca[url]www.carleton.ca[/URL][/FONT]​

[FONT=&quot][FONT=&quot][4][/FONT] El modelo ptolemaico también funcionaba así. Al no situar la Tierra en el centro matemático, se conseguía una mayor adecuación entre la teoría y las observaciones. Copérnico mantiene la excentricidad en su sistema.

[/FONT] [FONT=&quot][FONT=&quot][5][/FONT] Recordemos que el sistema de Ptolomeo retomaba las ideas platónicas de la perfección de las figuras geométricas: los objetos estelares debían moverse describiendo círculos perfectos; debido a que los círculos son algo perfecto.

[/FONT] [FONT=&quot][FONT=&quot][6][/FONT] “En efecto, si la Tierra se ve arrastrada en su movimiento anual por hallarse fijada a una capa esférica, su eje debería apuntar a una zona distinta del cielo a lo largo del año. Para mantener el paralelismo de todas las posiciones del eje, hay que darle a éste un movimiento de precesión anual en sentido contrario al de la Tierra para contrarrestarlo.”SOLÍS, C.; SELLÉS, M.: Historia de la ciencia. Ed. Espasa. Madrid, 2005

[/FONT] [FONT=&quot][7]http://www.nosolohd.com/vb/#_ftnref7 GRIBBIN, J.: Historia de la ciencia. 1543-2001. Ed. Crítica. Barcelona, 2003

[/FONT] [FONT=&quot][FONT=&quot][8][/FONT] COPÉRNICO, N. Commentariolus, h. 1510; en SOLÍS, C. y SELLÉS, M. Historia de la Ciencia. Madrid, Espasa, 2005.

[/FONT]
 
Respuesta: Historia: Astronomía en la Edad Moderna. COPÉRNICO

2.2. Los ataques al nuevo sistema.

[FONT=&quot]Presentar modificaciones a una cosmología aceptada durante más de un milenio era un atrevimiento no exento de críticas. En contra de lo que pudiera parecer, los primeros ataques no vinieron de la Iglesia; sino de los físicos. A finales de la Edad Media, la física se encontraba totalmente supeditada a los principios aristotélicos. Dos de ellos eran incompatibles con el nuevo sistema. Recordemos que para Aristóteles, en el mundo sublunar donde nos encontramos, el movimiento sólo podía ser rectilíneo y finito. La Tierra debía ser inmóvil y estar situada en el centro del universo, ya que el elemento tierra del que ésta se constituye tiende al centro. Pues bien, el sistema copernicano implicaba eliminar a la Tierra del centro, ponerla en movimiento; y además hacerlo de manera circular.[/FONT]

[FONT=&quot] Por si fuera poco, el finalismo imperante no aceptaba el aumento de tamaño que el nuevo modelo introducía entre Saturno y la esfera de las estrellas fijas para contrarrestar la paralaje. ¿Para qué servía tanto espacio vacío? ¿Por qué Dios habría creado tanto espacio inútil entre ambas esferas? Y, en otro orden de cosas, si la Tierra se mueve, ¿por qué no salimos despedidos; por qué las cosas caen en línea recta y no hacia el Oeste? Si el Sol está en el centro del Universo, ¿por qué no caen todos los objetos sobre él? La autoridad de Aristóteles pesaba demasiado para obviar estas cuestiones; y Copérnico no disponía de argumentos contundentes con los que hacerles frente. Su modelo matemático pedía a gritos una nueva física en la que sustentarse.

[/FONT] [FONT=&quot] Nos hallamos ante la gestación de un cambio de primera magnitud, que culminará en el siglo XVII con la Revolución Científica. La física había estado hasta entonces por encima de las matemáticas, como única ciencia capaz de describir la realidad del mundo. Aceptar el modelo de Copérnico supondrá invertir estos papeles de subordinación; siendo por primera vez las matemáticas quienes dicten un cambio tan radical en la física que acabará desmontando todos los principios cosmológicos aceptados hasta entonces. No obstante, esto no ocurrirá hasta la llegada de Kepler, cien años más tarde.

[/FONT] [FONT=&quot] En otro orden de cosas, era de esperar que colocar al Sol en centro del universo levantara ampollas en un estamento tan poderoso como el eclesiástico. Por eso, a primera vista puede resultar desconcertante la tibieza con que los católicos recibieron el nuevo modelo. Se han aducido razones de todo tipo para justificar esta postura: desde las presuntas influencias de Copérnico en las altas esferas eclesiásticas, hasta la conveniencia para la Iglesia de este nuevo sistema, que permitiría al fin acometer una imprescindible reforma en el calendario. Sin negar la veracidad de estos argumentos, nos parece que el fondo de la cuestión está en relación directa con la ya referida concepción de la física y las matemáticas. Por eso, mientras el nuevo heliocentrismo fuese considerado una abstracción para explicar más fácilmente los fenómenos celestes, no habría problema; pues un modelo matemático no tenía por qué corresponderse con la realidad. Las dificultades llegarían cuando empiecen a oírse voces que defiendan el universo de Copérnico más allá de la simple abstracción matemática, e intenten darle una realidad física.
[/FONT]
[FONT=&quot] Lo cierto es que a la altura de 1561, en Salamanca podía optarse por leer el De Revolutionibus [1] [/FONT][FONT=&quot]copernicano; y a partir de 1594 su estudio se hizo obligatorio. Hubo incluso un agustino, Diego de Zúñiga, que intentó demostrar la compatibilidad de las nuevas teorías con los textos bíblicos. Afirmaba, por ejemplo, que la frase del Eclesiastés donde se lee que “la Tierra permanece siempre” no conlleva la ausencia física de movimiento si se la contextualiza adecuadamente: “Una generación pasa, otra generación viene, y la tierra permanece siempre.” [/FONT][FONT=&quot][2][/FONT]
[FONT=&quot]Más allá de la simple anécdota, el caso de Zúñiga es un exponente del grado de tolerancia que la Iglesia Católica tuvo en un primer momento con respecto a las nuevas teorías. [/FONT]

[FONT=&quot] En 1517, otro agustino llamado Martín Lutero, iba a precipitar la escisión de la cristiandad occidental en dos mitades por mucho tiempo irreconciliables. La Reforma se extendía por Europa, influyendo de una forma decisiva en la obra de Copérnico. A diferencia del catolicismo, que no contaba por entonces con una cosmología perfectamente definida [3], los protestantes encontraron este problema resuelto gracias al principio de inspiración literal de la Biblia. Las palabras de Lutero no podían ser más claras al respecto: “Este necio pretende trastornar toda la ciencia de la astronomía; pero la Sagrada Escritura nos dice que Josué ordenó al sol y no a la tierra que permaneciera inmóvil”[4].[/FONT]

[FONT=&quot] Pese a todo, fueron en última instancia motivos personales los que retrasaron la publicación definitiva del Revolutionibus hasta el año de la muerte de su autor. Sus reticencias son comprensibles, dado que planteaba un sistema que chocaba con los principios aristotélicos y parecía ir en contra del sentido común; siendo tan sólo un “astrónomo advenedizo”, como solía llamarlo Lutero. Finalmente, la insistencia de sus amigos y alumnos decidió a Copérnico dar su obra a la imprenta, siendo supervisada por Georg Joachim Rheticus; uno de sus más fervientes seguidores. Sin embargo, tuvo que abandonar antes de que pudiera ser publicada, retomando la tarea el luterano Andreas Osiander. Por fin, en 1543, la primera edición de De Revolutionibus Orbium Caelestium llegó a manos de su autor poco antes de morir. [/FONT]

[FONT=&quot] Sin embargo, Osiander había incluido un prólogo apócrifo donde se afirmaba que “estas hipótesis no tienen por qué ser verdaderas ni siquiera probables; si dan lugar a un cálculo que coincida con las observaciones con ello basta… En lo que se refiere a las hipótesis, que nadie espere nada cierto de la astronomía, pues no puede proporcionárselo, a menos que acepte como verdaderas ideas concebidas con otro propósito y salga de este estudio siendo más tonto que cuando entró en él”[5]. Ya fuera para salvar la ortodoxia o para proteger a su autor –intención inútil, pues moriría ese mismo año-, lo cierto es que el prólogo fue tenido como verdadero hasta que Kepler logró desenmascarar aquella “absurda ficción”.[/FONT]



2.3. Visiones contradictorias.

[FONT=&quot] Al iniciar este epígrafe apuntábamos cómo la figura de Copérnico ha sido vista bajo prismas muy diferentes a lo largo de la historia; desde aquellos que lo consideran un revolucionario, hasta los que piensan que su obra puede encuadrarse dentro de los cánones más tradicionales. Los primeros creen que el heliocentrismo supone una ruptura radical con toda la cosmología vigente desde hacía 1.400 años. Para ellos, el nuevo modelo acabaría con los presupuestos aristotélicos y ptolemaicos, siendo directo precursor de la Revolución Científica del siglo XVII. Por primera vez se desterraría al hombre del centro del universo, dándole a conocer su verdadero lugar en el cosmos; lo que es interpretado como otro elemento de modernidad, ya que suponía poner en cuestión la literalidad de los textos bíblicos.

[/FONT] [FONT=&quot] Hay, sin embargo, otra historiografía que tiende a limitar las innovaciones de Copérnico[6], argumentando que sus motivaciones ni eran científicas ni estaban relacionadas con ningún propósito innovador; tanto que su modelo se considera incluso pre-ptolemaico, ya que eliminaba los ecuantes para explicar el movimiento de los planetas. Estos autores creen que la aureola revolucionaria de su obra viene determinada por su utilización posterior a manos de Kepler o Galileo, con el fin de dar autoridad a sus propios trabajos, que sí supusieron una ruptura definitiva con la cosmología anterior.
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[FONT=&quot] Por otra parte, la pretendida lección de humildad que recibió el hombre al poner al Sol en el centro del universo es considerada por esta otra corriente como un anacronismo. Si nos acercamos a la visión que en la época se tenía de la Tierra, comprobaremos que el centro del universo distaba mucho de ser un lugar perfecto. Desde Platón, el nuestro era un mundo sometido a la corrupción y la generación; a la muerte y a las desgracias. Con Hesíodo comprendimos que gloriosa Edad de Oro había pasado, encontrándose la humanidad en la prosaica Edad de Hierro. Aristóteles no hizo más que reforzar este pensamiento, situándonos en el mundo sublunar, imperfecto y perecedero. La tradición cristiana continuó con esta tradición, y la Tierra pasó a considerarse como un lugar de destierro; un “valle de lágrimas” al que el hombre había ido a parar tras la expulsión del Paraíso; y en el que nos encontraríamos “gimiendo y llorando” hasta la segunda venida de Cristo. Así, lo que más debía preocupar a Copérnico no era la nueva posición de la Tierra: en realidad, era el Sol quien había recibido una ofensa.
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[FONT=&quot] Es razonable pensar que la realidad compartiese puntos de una y otra teoría. Ciertamente, con su modelo, Copérnico sólo pretendía una reforma astronómica que hiciera más armonioso el sistema ptolemaico; respetando todos los presupuestos cosmológicos tradicionales de movimientos circulares y uniformes. También es innegable que los datos no jugaron un papel esencial a la hora de su concepción, y que el heliocentrismo ya había sido postulado por otros autores, como Aristarco de Samos. Sin embargo, al igual que fue Colón quien descubrió América para el mundo; fue Copérnico, al rescatar esta teoría, quien encendió la chispa que en tan solo 200 años haría estallar todo el edificio cosmológico aristotélico. Que su intención estaba muy lejos de aquello, nadie lo duda; pero lo cierto es que sin su obra, el desarrollo posterior de la astronomía no hubiese podido ser el mismo.[/FONT]

[FONT=&quot] En último término, no nos resistimos a preguntarnos qué pensaría el autor de su propio sistema. ¿Lo concebiría tan sólo como un modelo teórico sin correspondencia con la realidad, o creería estar describiendo el verdadero universo? Aunque nunca lo sabremos con certeza, podemos arriesgarnos a plantear una hipótesis. Ya hemos visto que para los aristotélicos sólo la física podía aspirar al conocimiento del mundo. Por el contrario, pitagóricos y neoplatónicos pensaban que todo lo que existe tiene su fundamento en los números; siendo estos los componentes últimos de la verdadera realidad, descrita para ellos por las matemáticas.[/FONT]

[FONT=&quot] En el siglo XVI, el neoplatonismo resurgió con fuerza. El propio Copérnico tuvo como maestro al neoplatónico Domenico María de Novara; y él mismo se adscribía sin reparos a esta corriente. Por eso, no parece aventurado suponer que, más allá de un simple modelo teórico, el De Revolutionibus pretendiese “describir las verdades reales de un universo esencialmente matemático”[7]. [/FONT]


2.4. Después de Copérnico.

[FONT=&quot]Contra lo que pudiera parecer, la obra de Copérnico pasó bastante desapercibida tras su publicación en 1543. Salvo su alumno Rheticus, y algunos personajes como Thomas Digges –que dio un paso más, postulando que las estrellas se extendían más allá de la octava esfera, conformando un universo infinito--, el nuevo modelo se encontró con pocos valedores, la condena del luteranismo y la indiferencia del catolicismo. Sin embargo, setenta años después, el De Revolutionibus entró en el índice inquisitorial; y sus ideas fueron consideradas heréticas. ¿Cuál fue el motivo de este cambio tan drástico?
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[FONT=&quot] Tras la caída de Constantinopla, en 1452, llegaron a la Academia de los Médicis ciertos textos firmados por un filósofo egipcio del 2.000 a.C. llamado Hermes Trimegisto –luego se descubriría que, en realidad, eran escritos griegos del siglo II-. Los humanistas florentinos enseguida tradujeron su obra al latín, asistiendo Europa a un espectacular rebrote de magia. Para lo que aquí nos interesa, basta saber que el hermetismo intentaba recuperar antiguas creencias que consideraban al Sol como un Dios.
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[FONT=&quot]Una de las figuras principales de este pensamiento llevaba por nombre Giordano Bruno, y afirmaba que la Iglesia Católica debía reconducirse hasta alcanzar la fe verdadera; que no era otra sino la que propugnaba el hermetismo. Su visión del mundo coincidía con un universo en cuyo centro se situaba mayestáticamente el sol. En consecuencia, defendió ardientemente ciertos aspectos del modelo copernicano, antes de ser acusado de arrianismo y ejecutado por la Inquisición. Su caso tuvo tal trascendencia que las teorías de Copérnico comenzaron a oler [/FONT][FONT=&quot] cada vez más a herejía; hasta ser desaprobadas a la altura de 1600. En 1616, su obra entraba en el Índice de libros prohibidos; tal vez para frenar su aplicación a las observaciones de Galileo. Católicos y protestantes radicalizaban sus posturas: la Guerra de los Treinta Años estaba próxima.[/FONT]
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[FONT=&quot][FONT=&quot][1][/FONT][FONT=&quot] El Revolutionibus se publicó en 1543. En él, Copérnico desarrollaba su teoría heliocéntrica más ampliamente que en el breve Commentariolus aparecido en 1510. [/FONT][/FONT]

[FONT=&quot][FONT=&quot][2][/FONT][FONT=&quot] Ecl. 1, 4-5[/FONT][/FONT]

[FONT=&quot][FONT=&quot][3][/FONT][FONT=&quot] “Con posterioridad al siglo XVI, la iglesia no había proclamado ninguna cosmología ortodoxa. Quizá las disparatadas empresas y las frustraciones de la geografía cristiana, junto con las innovadoras revelaciones seglares de la nueva era de la navegación, tuvieron algo que ver.” BOORSTIN, DANIEL J. Los Descubridores. Ed. Crítica. Barcelona, 2000[/FONT][/FONT]

[FONT=&quot][FONT=&quot][4][/FONT][FONT=&quot] Ídem. [/FONT]
[/FONT] [FONT=&quot]Lutero se refiere al pasaje bíblico que aparece en el libro de Josué: “¡Sol, detente sobre Gabaón! ¡Y tú, luna, sobre el valle de Ayalón! Y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo venció a sus enemigos. Todo esto está escrito en el Libro del Justo. El sol se detuvo en el cielo y tardó un día entero en ponerse.” Jos. 10, 12-14
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[FONT=&quot][5]http://www.nosolohd.com/vb/#_ftnref5 En BOORSTIN, DANIEL J. Los Descubridores. Ed. Crítica. Barcelona, 2000[/FONT]

[FONT=&quot][FONT=&quot][6][/FONT][FONT=&quot] Una muestra de esta interpretación se encuentra en “La revolución copernicana”. ARANA, J. Materia, Universo, Vida. pp. 315-319. Ed. Tecnos. Madrid, 2001[/FONT]
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[FONT=&quot][FONT=&quot][7][/FONT][/FONT][FONT=&quot] BOORSTIN, DANIEL J. Los Descubridores. Ed. Crítica. Barcelona, 2000[/FONT]
 
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