Cuando decimos ‘sentido de Estado’, afirmamos que el Estado es un ente que se rige por reglas propias, pisoteando cualquier principio previo de índole moral o metafísica. Y que hay personas con ‘sentido de Estado’ que pueden fácilmente acallar su conciencia, guiándose siempre por la conveniencia del ente al que sirven; personas que pueden ser justas o injustas, benévolas o impías, intachables o deshonestas según sean las necesidades del Estado. En el fondo, la expresión ‘sentido de Estado’ nos habla de un ente amoral, de carácter absoluto, que reclama de sus ‘servidores’ una adhesión plena e incondicional, capaz de someter los mandatos morales de la conciencia a las exigencias de su funcionamiento. Se trata de una expresión sibilinamente totalitaria.