No me gustaría concluir sin hacer referencia, a título de ejemplo, de una película fundamental, tanto para el estudio histórico como para la propia historia del cine. El séptimo sello, de Ingmar Bergman, es una de las cumbres artísticas del director sueco, dando pie a niveles de lectura abrumadoramente distintos. El argumento es bien conocido: un caballero vuelve de las cruzadas, y la muerte sale a su encuentro para llevárselo. Sin embargo, éste aún no ha resuelto ciertas preguntas, y pide a la muerte una prórroga que se concreta en una simbólica partida de ajedrez entre ambos. En lo que a la didáctica se refiere, esta película puede ser un buen complemento para estudiar el tremendo impacto psicológico que tuvo la Peste Negra en la sociedad del siglo XIV, la cotidianeidad de la muerte que llega a convertirse en un personaje más de la trama-, las procesiones de penitentes verdadero momento de ascética cinematográfica-, el mundo de los titiriteros, de las tabernas y, en fin, de toda la iconografía medieval (no olvidemos que Bergman basó la vanguardista puesta en escena de su película en murales medievales. Perfecto ejemplo de ello es la escena en que vemos a la muerte aserrando un árbol en el que se encuentra subido un hombre que va a morir). Por otra parte, habría que ser crítico con el mundo espiritual que se nos muestra, en muchas ocasiones más propio del siglo XX que del mundo bajomedieval. Y es que, para Bergman, la época era sólo un pretexto para expresar sus más profundas inquietudes existenciales.
Es por eso que la película, a otros niveles, puede servirnos también para adentrarnos en el complejo mundo interior de un director muy en contacto con la filosofía de su tiempo; reflejo, pues, de una parte muy significativa del pensamiento de los siglos XIX y XX (sobre todo en lo referente a la filosofía existencialista). El mundo de la espiritualidad contemporánea también queda perfectamente delimitado: el ateísmo del escudero, que desprecia la religión y disfruta de los placeres sensoriales; la fe sencilla y acrítica de los titiriteros, dada a la superstición y a las creencias mágicas; y el agnosticismo siempre agónico, reflexivo y finalmente desesperado del caballero Antonius Blök.
Bergman nos presenta una Edad Media oscura, irracional, sucia, con elementos mágicos interviniendo constantemente en la vida cotidiana de los hombres. Esta visión, que comparte elementos reales con otros más discutibles, se corresponde en parte con la percepción de la sociedad, aún en la actualidad, de lo que fue dicho período histórico. Por otro lado, el conocimiento del contexto histórico en que nace la película abre una perspectiva mucho más amplia para comprenderla en su totalidad, que de otra forma se nos escaparía: en el momento álgido de la Guerra Fría, el terror de la Peste Negra sirvió a Bergman para encauzar los propios miedos de su propia sociedad en lo que al holocausto nuclear se refería. El pesimismo, la introspección y el mostrar al hombre con los mismos miedos a lo largo de los siglos son tres constantes que se respiran a lo largo de toda la obra. El espejismo de felicidad que proporciona la ignorancia es el único modo que parece vislumbrar el director para llevar una existencia feliz a pesar de todo.