¿Quién teme a Virginia Woolf?
Debut de Nichols recordado especialmente por contener uno de esos míticos duelos actorales de la historia del cine, sostenido por dos estrellas ya maduras y con el morbo añadido de lo estrictamente ajeno a la ficción. Un matrimonio con problemas, por decirlo suavemente, recibe la protocolaria visita de una joven pareja; la velada degenera en un violento enfrentamiento donde todos sacan lo peor que llevan dentro y nadie es inocente. Cuatro personajes, localizaciones mínimas y, como materia prima, un texto teatral lleno de rabia, de réplicas afiladas y de estallidos verbales que no dejan títere con cabeza. El argumento probablemente adquiera pleno sentido sobre las tablas. La película, en cambio, es teatro filmado con interpretaciones histéricas, exhibicionistas y con mucho de ese lucimiento que los críticos confunden con una gran interpretación.
No quiero ser duro porque no es una mala película. Más bien creo que me ha dejado impresiones encontradas. Es todo tan intenso y desgarrado, tan desesperanzador y carente de respiro, que por momentos la cosa cae en cierta pornografía del dolor, de tertulia de Sálvame Delux alargada dos horazas. Por otra parte, si la idea era convertir un drama cotidiano en una historia de terror, casi lo logra. Muy de los sesenta el trasfondo; gente que arrastra frustraciones enormes, que pudo ser feliz… pero el peso de las convenciones y de lo que la sociedad esperaba de ellos (el ascenso social, tener hijos) les amargó y les destrozó la vida. Y lo que es peor, la parejita va por el mismo camino. Está además esa figura paterna autoritaria, que nunca aparece. Destacaría también la fotografía tenebrista y esa musiquita de telefilm, lo hacen todo más jodido.
En cualquier caso, muy destacable para un cineasta de éxitos intermitentes y una trayectoria más bien alimenticia, entonces más arriesgado y socialmente crítico.