Ha inaugurado la sección oficial
Black swan, dirigida por Darren Aronofsky , un hombre cuyo delirante cine me ponía siempre de los nervios, pero que hace dos años me provocó algo cercano a la emoción con la trágica
El luchador, retrato veraz, sutil, realista y conmovedor de los angustiados intentos de supervivencia de un perdedor.
Si no apareciera la firma de Aronofsky en
Black swan, podrías apostar a que esta película la habían dirigido a medias el Polanski de
Repulsión y el Haneke de
La pianista. Durante gran parte del metraje posee el estilo visual, la atmósfera, las obsesiones, el tono enfermizo y perturbador, las perversiones mentales de esos dos cualificados buceadores del mal. En el desenlace aparece desgraciadamente lo peor de Aronofsky, su afición al desmadre, sus caprichosos delirios, su vocación de epatar.
Antes ha narrado de forma modélica los ensayos para
una nueva versión del ballet El lago de los cisnes , la subterránea y maquiavélica lucha entre las bailarinas para conseguir el protagonismo. Aronofsky combina el psicologismo, la intriga y el terror describiendo la esquizofrénica personalidad de una mujer vampirizada por su madre, deseada por el retorcido director de la obra, manipulada por sus feroces competidoras, alguien que encarna con naturalidad la pureza del cisne blanco pero que descubre su lado oscuro, su facilidad para transformarse en el tenebroso cisne negro.
Aronofsky cuenta esta temible historia con poderoso sentido visual, con suspense, con desasosiego. Da mucho miedo el infierno mental que vive esa mujer con anverso angelical y reverso demoniaco, sus automutilaciones, su problemática sexualidad. El inquietante talento del director y la maravillosa interpretación que realiza Natalie Portman de los fantasmas que acorralan a ese trágico personaje, logran permanente hipnosis en el espectador. Por ello resulta aún más enervante que al final ese turbio universo se convierta en un esperpento barato, en efectismo hueco.