Respuesta: Encuesta en Verso
La Colina
¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,
el abúlico, el de brazo fuerte, el payaso, el borrachín, el peleador?
Todos, todos, están durmiendo en la colina
Uno se fue en una fiebre,
uno ardió en la mina,
uno lo mataron en una riña,
uno murió en la cárcel,
uno cayó de un puente mientras trabajaba para su esposa e hijos.
Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo en la colina.
¿Dónde están Ella, Kate, Mag, Edith y Lizzie?
la de corazón tierno, la ingenua, la ruidosa, la orgullosa, la feliz?
Todas, todas, están durmiendo en la colina.
Una murió en un parto vergonzoso,
una por un amor desgraciado,
una a manos de un bruto en un burdel,
una por el orgullo despedazado mientras buscaba un ideal,
una, persiguiendo la vida en las lejanas Londres y París,
fue traída a su pequeño espacio por Ella y Kate y Mag.
Todas, todas están durmiendo, durmiendo, durmiendo en la colina.
¿Dónde están el tío Isaac y la tía Emily
y el viejo Towny Kinkaid y Sevigne Houghton
y el alcalde Walker, que llegó a hablar
con venerables hombres de la revolución?
Todos, todos, están durmiendo en la colina.
Les trajeron hijos muertos de la guerra,
hijas aplastadas por la vida
y a sus hijos huérfanos, llorando.
Todos, todos están durmiendo, durmiendo, durmiendo en la colina.
¿Dónde está el viejo violinista Jones
que cantó la vida todos sus noventa años
enfrentando la nieve a pecho desnudo,
bebiendo, peleando, sin pensar ni en la mujer ni en la familia
ni en el dinero ni en el amor ni en el cielo?
¡Oídlo! Recuerda, balbuceante, el pescado frito de antaño;
las carreras de caballos de otrora en el bosque de Clary;
lo que Abe Lincoln dijo
una vez en Springfield.
Francis Turner
No podía correr ni jugar
cuando era niño.
Ya de hombre hombre, solamente podía
sorber la copa, no beberla,
porque la fiebre escarlatina me había dejado
el corazón enfermo.
Y sin embargo, aquí yago
confortado por un secreto
que no conoce nadie, sino Mary:
hay un jardín de acacias, con catalpas
y pérgolas endulzadas con vides.
Allá, en aquella tarde de junio,
al lado de Mary,
besándola con el alma en los labios,
de repente mi alma emprendió vuelo.
Dora Williams
Cuando Reuben Pantier se fue y me dejó plantada
me fui a Springfield. Allí conocí a un alcohólico,
cuyo padre acababa de morir dejándole una gran fortuna.
Al matrimonio fue borracho y fue una vida desgraciada.
Pasó un año, y un día lo encontraron muerto.
Lo que me convirtió en millonaria. Me trasladé a Chicago.
Al poco tiempo conocí a Tyler Roundtree, un villano.
Y me fui a New York. Un magnate de cabellos grises
enloqueció por mí —una fortuna más.
Murió una noche, justo en mis brazos.
(Vi su lívido rostro durante muchos años).
Hubo casi un escándalo. Y me mudé,
esta vez a París. Ya era una mujer,
insidiosa, sutil, mundana, experta y rica.
Mi acogedor apartamento, cerca a los Champs Élysées,
se volvió el centro de toda clase de gente:
músicos, poetas, dandies, artistas, nobles.
Conversábamos en francés, alemán, italiano e inglés.
Esposé al conde Navigato, genovés.
Me fui a Roma. Él me envenenó, yo creo.
Ahora, en el Campo Santo que mira
al mar donde el joven Colón soñaba nuevos mundos,
miren lo que han grabado: «
Condesa Navigato.
pide descanso eterno.»
Penniwit, el artista
Me quedé sin clientela en Spoon River
tratando de ponerle espíritu a la cámara
para aferrar el alma de la gente.
La mejor de todas mi fotos
fue la que le tomé al juez Somers, doctor en leyes.
Se sentó erguido y me hizo esperar
hasta que pudo enderezar sus ojos bizcos.
Cuando estuvieron rectos me dijo: «Listo.»
Le contesté: «deniego» y se volvió a embizcar.
Lo agarré como solía ser
cuando decía: «Me opongo.»
Edgar Lee Masters