Llevaba muchos días apostando por un 60-40 a favor del no. Este jueves lo dije a un equipo de la televisión francesa que están rodando un reportaje sobre gastronomía. Defendí con contundencia que el 17% de indecisos que ha habido en las últimas dos semanas eran en su inmensa mayoría partidarios del no. Deduje que si fueran independentistas lo habrían dicho y sólo los que no lo son lo esconden, como aquí. Yo no me atrevo a decir que no lo soy. Si lo fuera estaría tan crecido como los que lo son. Que ahora no creen que haya otra salida que salirse con la suya. Están cegados y justifican su interpretación de la democracia sin escuchar ni intentar entender que hay otra manera de ver las cosas, apropiándose además de todos los conceptos universales habidos y por haber, democracia, libertad, patria, justicia, sin dejarse una sola.
Ven los balcones llenos de banderas y dicen que los balcones están abarrotados y que todo el mundo es independentista. Cuando en realidad hay el doble, o más, de balcones sin banderas que con ellas. Y muchas de las que hay son del mismo piso. Pero no hacen una lectura prudente de los balcones en los que no hay bandera, también se los apropian. Hoy un independentista se lo tatúa en la frente, lo grita, lo suda, el menor de sus esfuerzos es poner una bandera que lo proclame. Si no lo hace la probabilidad mayor es que no lo sea. Porque las banderas las regalan, pequeñitas, eso sí.